martes, 5 de abril de 2005

Fallecimiento del Papa Juan Pablo II

Palabras del Diputado Rubén Martínez Huelmo en la sesión del 5 de abril de 2005; en homenaje a Su Santidad el Papa Juan Pablo II:

Tiene la palabra el señor Diputado Martínez Huelmo.

SEÑOR MARTÍNEZ HUELMO.- Señora Presidenta: nunca se ha visto ni se verá que a la muerte de un gran hombre, este recoja unanimidades sobre su tránsito vital. Como no puede ser de otra manera, también ello sucede con Karol Wojtyla, el Papa Juan Pablo II. Es que los grandes hombres, los que hacen historia, aquellos que plantean sustancia del pensamiento humano como divisoria de aguas, son seguros puntos de referencia para sus congéneres y poco o nada les podrían importar las unanimidades si ello fuese en mérito a depreciar su fe, su misión y su pensamiento.


Es por ello que cuando mueren se produce una profunda congoja de sus fieles y seguidores, que se preguntan desorientados, como hemos escuchado en los últimos días: "Padre, ¿dónde estás?". Del lado de sus contendores y de aquellos que no comulgan surge un enorme y dramático silencio provocado por la nueva situación de una ausencia trascendente. Lo que ocurre es que cuando mueren seres humanos de la talla del Pontífice romano, todos, sin distingos, sentimos que aquella fuerza moral que nos incluía sin importar nuestra ubicación ni creencia, nos abandona. Por esa razón, un homenaje como el que intentamos hacer esta tarde en la Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay implica comprender al personaje en cuestión.

En el caso de Juan Pablo II, que solamente fue precedido por Pío XI y Pedro el Pescador en cuanto al tiempo que ocuparon en el magisterio de la Iglesia, ¿qué debemos ver? ¿Veintiséis años de papado con un sentido estadístico y mediático al estilo de las grandes cadenas de información o, a la inversa, el compromiso y la vocación previa que habilitan a un hombre a ser el guía espiritual de una tradición con más de dos mil años, referente de una parcialidad universal en un largo camino, llevando a cuestas su verdad y su cosmovisión que todo lo abarca en etapas muchísimas veces dolorosas?

En el complejo camino hacia Dios, en la salvación del hombre, que es lo que se plantea en el cristianismo, los cristianos han expresado que la Iglesia es el ámbito para realizar ese designio milenario que no salva por sí mismo y ante sí. Por ello es que hace más de mil años San Agustín manifestó, en torno a la naturaleza de la Iglesia de Juan Pablo II, que es el camino hacia Dios y que ella recién se encontraba en los arrabales del reino celestial.

Así, el conductor ha de vérselas con la pesada carga de la trasmisión de un mensaje que viene de lejos, con la relativización racionalista de todo lo absoluto que el hombre de la modernidad le plantea. Lo absoluto y lo relativo son dos caras del hombre sobre la Tierra. Por ello se hace imposible simplificar una figura de esta naturaleza, simbiosis sin par entre un hombre y la institución a la que fielmente debe servir. De eso trata el ser Pontífice y ejercer el magisterio de la Iglesia, pues, como se dijo en Puebla en 1979, el sentido de la escritura, de los símbolos y de las formulaciones dogmáticas del pasado no brota solo del texto mismo. La instancia de decisión y de interpretación auténtica y fiel de la doctrina de la fe y de la ley moral es el servicio expreso del sucesor de Pedro, que confirma a sus hermanos en la fe. Menuda tarea, entonces, la de un Obispo que llegue a ser Papa.

Por lo tanto, nada le puede ser ajeno al Pontífice romano. Desde nuestro humilde lugar, creemos que Juan Pablo II cumplió con creces esa pragmática del deber a través de decenas de cartas encíclicas, innumerables cartas pastorales, centenares de discursos, protocolos internacionales y documentos fijando posición doctrinaria, interpretando los dogmas morales y religiosos y las señales de los tiempos, con lo cual se introducía en los problemas cotidianos de la humanidad con vigor físico e intelectual. Su definición por la paz, la justicia y los derechos humanos lo hacen, a nuestro entender, un hombre clave para procesar e inteligir las últimas décadas del siglo XX.

Quiero rescatar de su profusa y proficua obra la carta encíclica "Centesimus Annus" en el centenario de la "Rerum Novarum", promulgada por el Papa León XIII en 1891. "Rerum Novarum" rechaza de plano la doctrina liberal económica ante los escandalosos contrastes sociales que provocaba, doctrina cuya expresión histórica original se atenuó luego en algunos países debido al influjo de una necesaria legislación social y de precisas intervenciones del Estado, tal como certeramente consignaron las conclusiones de Puebla en 1979, con motivo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en México.

Sin duda, no es nuevo, y siempre fue notorio, el profundo enfrentamiento que han sostenido los Pontífices romanos como figuras angulares de la Iglesia Católica, en el plano filosófico y político, con el colectivismo marxista y su principio histórico de la lucha de clases. Es obvio que son dos cosmovisiones absolutamente diferentes. Pero la caída del bloque soviético al que se ha hecho referencia, en los hechos ha dejado un único actor en el plano mundial. Y este hecho, que sin ningún lugar a dudas es archipeligroso para el mundo, Juan Pablo II, con agudeza, lo percibió, definiendo que "la crisis del marxismo no elimina en el mundo las situaciones de injusticia y opresión" para inquirir sabia y agudamente de dónde derivan todos los males si no de una libertad que, en la esfera de la actividad económica y social, se separa de la verdad del hombre, concluyendo que en el mundo el único Dios que rivaliza con los valores, con la moral, con la ética es el Dios del mercado como único y exclusivo regulador de la vida de todos.

En esta línea no podemos dejar de recordar en el plano religioso y espiritual la exhortación apostólica a favor de la globalización de la solidaridad, que planteó el Sumo Pontífice en la Basílica de la Virgen de Guadalupe en Ciudad de México, hace cuatro o cinco años, para que oficie como antídoto moral ante tanta opresión e injusticia universal. Porque Su Santidad expuso allí que va en detrimento de los pueblos considerar las ganancias y las leyes de mercado como parámetros absolutos, lo que hoy es moneda corriente. En este terreno mantuvo, sin duda, un hilo conductor con su antecesor, Pablo VI, quien ya en 1967, por enésima vez, ratificaba el juicio pontificio sobre el capitalismo liberal como una doctrina que persigue sus objetivos sin limitaciones ni obligaciones sociales correspondientes.

Señora Presidenta: nosotros tenemos muy presentes los instantes, los días en que Juan Pablo II estuvo en nuestro país. No hay duda de que su personalidad desbordante impactó a los uruguayos. Recuerdo que era una noche muy lluviosa y tormentosa y en la rambla de Montevideo había miles de ciudadanos esperando el raudo paso del coche que lo llevaba hacia el Centro, donde se iban a oficiar todas las instancias diplomáticas.

Hay que reconocer que fue un patriota polaco, más allá de su altísima investidura. Por eso cuando llegó a Florida se dedicó muy especialmente a aquella Virgen de los Treinta y Tres que fue transportada por los patriotas que, atravesando el río en 1825, nos dieron el país que tenemos.

Obviamente, como toda la ciudadanía, siempre hemos sentido y tenido presentes aquellos hechos.

Señora Presidenta, señores Representantes: el Espacio 609 del Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría, la totalidad de su bancada, desea manifestar a toda la comunidad católica y a los hombres y mujeres de buena voluntad que han sentido esta irreparable pérdida, sus más sentidas condolencias.

Es cuanto teníamos que decir.

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