miércoles, 26 de marzo de 2008

El viento matrero

Por Daniel Soares De Lima

La idea era, y sigue siendo, referirnos a la obra musical, poética y filosófica de Osiris Rodríguez Castillos, a nuestro parecer lo más alto de las letras nacionales y músico de altísima sensibilidad; pero no podemos pasar por alto una mención a Wilson, a veinte años de su muerte física. –Todavía suenan en nuestros oídos las palabras de un viejo amigo y correligionario (por aquel entonces) con quien nos encontramos en la Plaza de Tacuarembó aquella mañana y nos dio la reciente y mala noticia en éstos términos:
“¡Que desastre!, esto es otro Masoller!!...”. – Vaya si tenía razón Don Carlos Paisal, pues ese era su nombre, porque después… bueno, pasó lo que dijo otro gran poeta nuestro, Eustaquio Sosa: “Después soplaron los vientos desbandando a los lanceros…”.

Retomando ahora la idea inicial y encarando la obra de Osiris Rodríguez, creemos firmemente después de haber escuchado, leído y releído innumerables veces sus obras, que muchas de ellas fueron verdaderas profecías, que se cumplieron inexorablemente, tanto en lo que tiene que ver con la persona del autor, como en otros muchos aspectos del acervo nacional. Como ejemplo de esto último, en la primera edición de su libro “Cantos del Norte y del Sur” (1963) en la página 97, está el poema llamado “La última frontera”; allí en indudable y clara alusión al espectro político dice así:

“…y habrá el malvón encendido
y el jazmín de enredaderas
y un perfume forastero,
rondando por las maciegas…”

y a continuación agrega:

“…quizás el viento matrero
Traiga guitarras en pena
Palomas que guarda el viento
Para entregar cartas viejas”

Esto que fue escrito alrededor de 1958, o tal vez antes, y publicado en 1963, está aconteciendo hoy en nuestra tierra oriental, sólo que cincuenta años después.

No se necesita ser ningún iluminado, para inferir que tanto el malvón encendido, como el jazmín de enredaderas son los partidos tradicionales, nacidos en 1836, en Carpintería de Durazno (dura derrota de Rivera a manos de Oribe) y el perfume forastero viene a ser lo que por aquellos año (1960) se iba perfilando como la gestación de una nueva fuerza política formada por partidos de izquierda, por entonces minoritarios, que unidos a agrupaciones disidentes de los viejos partidos fundacionales concretaron finalmente en 1971 la aparición formal del Frente Amplio.

Retomando el hilo de la poesía aparece aquí, “ el viento matrero “, expresión muy usada por el poeta a lo largo de vasta obra, como elemento fundamental que representa rebeldías que vienen desde el fondo de la patria vieja. Equivale a decir Artiguismo, Grito de Asencio, Cruzada Libertadora, El Cerrito, Guerra Grande, Defensa de Paysandú, Revolución de las Lanzas, 1897 y 1904 hasta el epílogo de Masoller. Nombre éste, que quedo como un jalón en la historia, unido indisolublemente al de Aparicio Saravia. Toda esta gesta gloriosa tiene su punto final, e inicial a la vez, en la batalla de Masoller que marca el fin de una época de épicas rebeldías y el comienzo de otra con el naciente siglo veinte que traía consigo adelantos tecnológicos muy importantes que provocaron grandes cambios en la sociedad toda. Cabe recordar como excepción que confirma la regla, la “guerrita del 35” y los movimientos de 1962 y 1969. Las viejas y crujientes carreteras dieron paso al camión , las diligencias a los ómnibus de pasajeros, la energía eléctrica jugó su rol preponderante en la vida nacional , desde la lamparilla de luz que sustituyo a la vela de cebo con que estudiaron nuestros abuelos, hasta la difusión radioeléctrica; además de las radioemisoras, apareció el automóvil, después el avión… en fin la lista es larga, paro resulta indudable que el cambio fue vertiginoso, cualitativo y cuantitativo.

Pero a todo esto, ¿ que ocurría con la población de nuestro país ante semejante olas de cambios? Porque un país es básicamente su gente, la que lo habita, lo entiende, lo quiere y muchas veces lo sufre. Indudablemente que la población sufrió cambios, por la adaptación a la tecnología y por las corrientes migratorias crecientes que nos enviaron las guerras europeas. Llegaron fundamentalmente españoles e italianos, y en menor proporción ingleses, franceses y alemanes. Pero “algo” no cambió y a permanecido inalterado a lo largo del tiempo en nuestra América India, la del Sur, y el ni mas ni menos que el “ espíritu de la tierra “, aquello que en el altiplano llaman la “pacha mama” y que determina un prototipo humano acorde a la geografía, porque guste o no guste, la tierra y el clima también hacen al hombre a su imagen y semejanza. Así es como nuestro pequeño territorio y a pesar de la ola de inmigrantes el “espíritu de la tierra” prevaleció sobre el aspecto físico y costumbres extranjeras.

Todos aquellos buenos “gringos” que vinieron a regar la tierra con su sudor y a poblarla, recibieron de ésta el premio agradecido de buenas cosechas el ambiente adecuado de paz, silencio y aire puro donde se criaron sus numerosos hijos y nietos. Esta generación llegaba y crecía con el espíritu de tierra incorporado al suyo propio; porque en definitiva nadie olvida el lugar donde nace.

Creemos que es bueno aclarar que así como nuestra América prohijó y abrazó a quienes vinieron a trabajar esforzadamente, rechazó firmemente la actitud arrogante y cruel del conquistador.

Volviendo ahora al fragmento del poema de Osiris Rodríguez que originó nuestras reflexiones, seguimos creyendo que es la síntesis perfecta de un hilo histórico que el poeta resume en término “cartas viejas” porque involucra varias materias pendientes, sobre todo, al ideario Artiguista que, parafraseando nuevamente a Osiris, a permanecido demasiado tiempo “muerto en un bronce de estatua”.

Es así como, “el viento matrero” viene a ser nada menos que el vehículo para entregar “las cartas viejas”. Por eso creemos que basta aguzar el oído para percatarse que ese viento que muchas veces chifla y algunas veces canta, tenemos la convicción de que también habla porque hemos podido escucharlo… “hablando al sur”.

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