miércoles, 26 de marzo de 2008

Homenaje a Wilson en la Asamblea General

Oratoria del Diputado Rubén Martínez Huelmo en el Homenaje a Wilson Ferreira Aldunate realizado por la Asamblea General, el pasado 25 de marzo, con motivo del 20º aniversario de su fallecimiento.

SEÑOR MARTÍNEZ HUELMO.- Señor Presidente: la bancada del Frente Amplio me ha conferido el inmenso honor de poder consignar algunas reflexiones sobre Wilson Ferreira Aldunate, delicadeza y amabilidad que agradezco, fraternalmente, de corazón.

Confieso que siento una cuestión pendiente –y no de ahora– en torno a los homenajes a Wilson. Quiero decirlo con total franqueza en honor al almanaque, es decir, a los 20 años que nos separan de aquella luctuosa fecha. Podría resumirlo en una sencilla interrogante que concurre en el sentido de su ejecutoria vital: ¿Cómo deviene el liderazgo de Wilson Ferreira y qué lo ligó tan profundamente a la generación del 71?

Todos coincidiremos en que cuando irrumpe la dictadura ya era un primerísimo protagonista en el escenario político nacional. En lo personal, no tengo ninguna duda de que eso se explica por el hecho de que Wilson Ferreira fue revelándose en el transcurso de la década del sesenta como un dirigente político consustanciado con las ideas generales de aquel tiempo, relativas a cambios estructurales que el país –según él y amplias mayorías– necesitaba. Bajo esa impronta surge a la consideración pública, y el demiurgo fue una gran labor al frente del Ministerio de Ganadería y Agricultura así como desde el Senado de la República. Eran cambios que el país y las nuevas generaciones de la época reclamaban; cambios que fuesen una palanca de desarrollo social, económico y productivo; cambios para responder a un estancamiento añejo y a una crisis pronunciada. No es casual que el primer capítulo de “Nuestro compromiso con usted” lleve como título “La crisis”. Sin mengua de ello –y abro un paréntesis–, como bien se ha dicho aquí, en Ferreira se produce una síntesis con la escala de valores y principios a los que obliga la antigua tradición blanca del país en torno a la lucha por las libertades públicas en toda su acepción, así como a la fidelidad y a las grandes conquistas populares en la materia.

En consecuencia, señor Presidente, quiero tener un recuerdo hacia la generación del 71 que, independientemente de su voto y de su simpatía, se expresó nítida y mayoritariamente por cambios profundos para la realidad cotidiana de nuestro Uruguay. De eso discutíamos los jóvenes –y los que no lo eran tanto– en 1971. Podemos decir que, en este sentido, la elección de ese año constituyó una especie de plebiscito y fue allí que Ferreira Aldunate fue confirmado en su liderazgo, en su conducta, en su pensamiento y en su proyecto de país. Él lo buscó y la gente le dio su aprobación. Fue la gente en expresiones multitudinarias; fue la gente, genialmente, con su intuición popular, tan decisiva en los momentos críticos de la nación, la que decidió su porvenir y lo obligó a una peripecia personal en representación de grandes mayorías y por qué no de todos, lindante con el sacerdocio republicano. Fue la gente la que premonitoriamente ubicó a Wilson a su frente como abanderado de la causa pública; fue la sapiencia popular que intuyó que allí había madera, decencia y coraje. Con esto quiero demostrar que la gente, a la que Wilson también quería tanto, también intuitivamente se preparó para los tiempos cuyos nubarrones ya veíamos en el horizonte de la República. Sencillamente porque está probado que a los entreveros de la historia no se puede concurrir sin un jefe y así lo entendió todo el plantel político de aquellos instantes dramáticos.

En definitiva, señor Presidente, a tono con las urgencias, aquella generación del 71, con su voto y con su parcialidad apasionada y particular –y está escrito en la historia de la República- no llamó en primera fila a impostores y apóstatas acomodaticios. Nuestros abanderados pagaron nuestra representación, sin distinción de partidos, con persecución, tortura, cárcel y martirio. Su suerte fue la del pueblo uruguayo en su totalidad. No exagero un ápice si agrego, a las muchas características que definen la personalidad de Wilson, la de combatiente. Sólo con el estoicismo de un combatiente pudo pelear duro por cada paso que hubo de dar. Sólo con esa actitud pudo sobrevivir a aquel tiempo de infortunio generalizado en el que sus enemigos buscaron asesinarlo porque sabían que si lo lograban nos desmoralizarían a todos, como había sucedido en otros períodos de nuestro pasado nacional.

Bajo ninguna de las circunstancias que debió atravesar, antes ni después del golpe de Estado, algo le llegó de arriba, al igual que a toda aquella generación, a esa pléyade de políticos que representaban a las distintas vertientes político partidarias de la época. Sus actitudes revolucionarias de hombre de cambios, de libertades y de profunda e irrenunciable tradición, fueron una pesada mochila de responsabilidad que le infligieron un camino tortuoso. Por la lógica de aquellas instancias debió dar una batalla palmo a palmo en defensa de su credo y en la búsqueda por imponerlo al porvenir. Para cumplir con su vocación y con el mandato de la gente, que para Wilson fue sacrosanta misión, debió alejarse materialmente de su familia, de sus hijos, de sus nietos, de sus amigos, de sus vínculos sociales, de su entorno intelectual, de sus bienes, de todo. La valoración profundamente cristiana y generosa que tenía Wilson sobre la vida, le impidió disfrutar de este ámbito familiar y social en pos de los deberes superiores que le impuso la comunidad nacional. Así, con su enorme prestigio, avalado por el veredicto popular y la dignidad del país sobre sus hombros, marchó al exilio para transformarse en uno –no el único- de los íconos del moderno patriotismo uruguayo.

Señor Presidente: a pocos días de su exilio –al cual cierto cretinismo nacional bautizó de autoexilio– la militancia estuvo en la cancha grande, y no puedo ni debo soslayar –lo hago con emoción– lo que sucedió el 9 de julio de 1973, a la hora 17, cuando la CNT, los gremios estudiantiles, los frenteamplistas y los wilsonistas dieron una señal firme de enfrentamiento al motín fascista, como bien lo definió en una ocasión el profesor Pivel Devoto, llenándose una página de esperanza y de reconstrucción. Aquí quiero recordar a la generación del 71 que aquella tarde se jugó entera; fueron miles de jóvenes y miles de uruguayos que en el centro de Montevideo se enfrentaron a la brutalidad del aparato represor. Vale la pena leer la desgrabación de los comentarios que aquel suceso mereció a Wilson, cuyos ecos cundieron por la América sorprendiendo por el volumen de la enorme movilización ciudadana que constituyó un precedente insoslayable e invalorable para asegurar los trabajos posteriores de la reconstrucción nacional.

Cuando llegó la hora del regreso, lo esperaba la difícil restauración democrática. Sabido es que en la vida –y en política más aún– es muy fácil tener ideas, pero lo que será siempre complicado es instrumentar el pasaje de una situación dada o impuesta a otra diferente, por más justa y ventajosa que pueda ser esta última. En este sentido, sobran ejemplos en la historia de la República. Cuando Wilson Ferreira regresa –hay que decirlo de una buena vez y para siempre– no había perdido ni desestimado ninguno de aquellos pensamientos programados hilvanados en “Nuestro compromiso con usted”, que encandilaron positivamente a aquella generación que lo apoyó en el aluvión electoral en 1971.

Como no se ha hecho mención a este tema, lo voy a recordar especialmente. En 1971 levantó cinco grandes postulados de cambio, entre otros complementarios, a saber: reforma agraria, nacionalización de la banca, seguro nacional de enfermedad, reforma fiscal –la que pretendía imponer el Impuesto a la Renta Personal- y reforma educativa. A casi un mes de las elecciones de 1971, el 25 de octubre, en el diario “Ahora” un periodista le hace un reportaje a Wilson y en el centro de la nota afirmó: “Lo esencial es implementar la reforma agraria y nacionalizar la banca”. Luego, en el semanario “Mayoría”, su órgano oficial, el 25 de noviembre, a tres días del acto electoral, se transcribe una conferencia de prensa internacional. Un periodista extranjero lo interroga sobre la vertiginosa adhesión popular a su candidatura y Wilson Ferreira responde: “La gente que viene lo hace para algo muy concreto. Ahí sí no vino nadie por error, y si alguno vino por error, va a descubrir que se equivocó grandemente. Nosotros tenemos ideas muy claras y las vamos a llevar adelante”.

El periodista volvió a la carga y le preguntó: “¿Pero esa gente lo acompañará en proyectos de reforma agraria y nacionalización de la banca?”, a lo que Ferreira Aldunate responde categóricamente: “Pero, naturalmente, es para eso que me va a acompañar; no es por casualidad que me está votando. ¿O usted cree que yo pude haber concitado una gran adhesión popular al haber constituido esta columna cívica, simplemente porque batí récord de derribar Ministros? ¿No es eso muy poca cosa?”. Y concluía: “Y esto vale la pena para todo el programa”.

Al respecto, en otra publicación previa al acto electoral de 1971, decía Wilson: “Lo esencial del programa, a mi juicio, más que cada uno de sus puntos particulares, es la afirmación nacional; no sólo el capítulo de Relaciones Exteriores; toda la política económica, aun los criterios impositivos y los criterios para la distribución del ingreso están expresados en función de defender por sobre todas las cosas los intereses de la comunidad nacional”.

Aquel documento, según me relataba el profesor Williman hace ya muchos años, fue redactado por un equipo de técnicos con el control y las anotaciones de Wilson, de modo que bien se puede afirmar hoy, 20 años después, que responde de manera insoslayable, genuina, a la visión política y filosófica de Wilson Ferreira frente a los tiempos. Ello motivó que en el breve interregno que va desde marzo de 1972 hasta junio de 1973 los programas, o parte de ellos, estuviesen siempre en el candelero, por su iniciativa. Así fue que a comienzos de 1972 existió la posibilidad de un acuerdo con el gobierno que proclamó la Corte Electoral luego de los comicios de 1971 y, en medio de graves dificultades institucionales, el wilsonismo propuso caminos para coadyuvar a pacificar el país, pero pensando en el futuro también incluyó en las bases potenciales de aquel acuerdo la Reforma agraria como ley y como efectiva realización por parte de los distintos organismos oficiales, además la nacionalización del sistema financiero. Bancario.

En ese breve tiempo, sus legisladores presentaron proyectos de todo tipo, pero relacionados siempre con su visión filosófica y programática de lo que debía ser el Uruguay. Es así que presentan una iniciativa que aspiraba a reglamentar la actividad de las mutualistas de modo de adecuar el proyecto de seguro nacional de enfermedad que fuera presentado, por otra parte, el 4 de diciembre de 1968 por la bancada nacionalista y que “Nuestro compromiso con usted” asume y lo recoge como base programática. Asimismo, en abril de 1973, el wilsonismo presentó un proyecto relativo a la reestructuración del sistema bancario de intermediación financiera y nacionalización de las empresas bancarias; por esos mismos días también se presentó una iniciativa derivada de la que oportunamente había presentado el propio Wilson en la década anterior y que abordaba su inquietud de siempre: la reforma agraria.

El proyecto de Wilson, base de los programas de 1971, era propietarista y, por lo tanto, no abonaba ni promovía la colectivización de la tierra. Sin embargo, en su artículo 4º decía algo que nunca se había dicho en el Uruguay y que, a mi criterio, vincula aquellas ideas filosóficamente con los proyectos de José Artigas de 1815: “Se reconoce la función social de la propiedad rural y de toda clase de derechos ejercidos en relación con la tierra. El empresario rural está obligado a explotar de modo eficiente la tierra bajo su tenencia y en toda su extensión, a cooperar con los programas de desarrollo agropecuario que realicen las autoridades correspondientes en la zona en que está ubicado el predio y a colaborar en la conservación de los recursos naturales renovables”.

La ley proyectada perseguía que el Estado creara incentivos para quienes utilizaban la tierra con su función social y facilitar el acceso a ella a quienes tuvieran aptitud para trabajarla, de manera de fomentar por esa vía la radicación de la familia en el medio rural, otra de las grandes preocupaciones de Wilson Ferreira.

Quiere decir, señor Presidente, que aun en aquella incertidumbre previa al 27 de junio del año 1973, Ferreira siguió difundiendo su pensamiento junto a sus legisladores, sus técnicos y sus seguidores, con todo su aparato político y también su peso en esa área, trabajando en pro de las ideas que consideraba ineludible palanca de los cambios que el país y la gente necesitaban para salir de una situación, en todo sentido crítica.

Con el deber cumplido, el 16 de junio de 1984 regresó con el patriotismo de siempre y con su clásica visión sobre la cosa pública. Todos sabemos que esos años fueron de alegría general en virtud de la reinstalación de la democracia y de la normalización de la vida política en todos sus órdenes. Sin embargo, también fueron años de enormes dificultades que todos conocemos en profundidad y que no podemos negar que aún tienen incidencia en nuestra vida colectiva del presente.

Wilson regresó, lógicamente, a la actividad política y partidaria, y nuevamente levanta su bandera programática, la que había quedado en suspenso por razones obvias. Días pasados, en ocasión del lanzamiento del libro de Carlos Luppi, el Profesor Caetano nos decía que Wilson nos interpela permanentemente. Es cierto; ¿cómo no va a ser así si en el primer discurso que hizo cuando salió de la prisión de Trinidad, aquel de la Explanada, que se recuerda parcialmente, insiste con su programa, con su pensamiento, es decir, con su postura histórica que iluminó el camino de toda aquella generación del 71 que lo acompañó con devoción? En aquel discurso regresó a su prédica de siempre, la reforma agraria, la lucha por la producción, la tragedia del minifundio, la proyección de un sistema impositivo que condicionara la explotación de la tierra a su buena administración y manejo, etcétera. Me parece, señor Presidente, estar escuchándolo aquella madrugada. Decía: “Y nosotros, que vivimos sólo de eso,” –se refería a los productores agropecuarios arrendatarios– “vamos a resignarnos a no abogar de una vez por todas esto que es económicamente indispensable, porque si no el país se nos funde, pero que es además socialmente indispensable porque el país no puede ser estable si los propietarios de sus suelos son cada vez más pocos, y además en mayor medida cada día más gringos. Este país” –decía- “no puede aspirar a una sociedad armónica mientras no se dote de la multitud de pequeños propietarios de tierra de dimensión óptima, que no vean el horizonte lejano sin una sola puerta de rancho y no que vean vecinos. Y que constituyan una clase y que traten de desarrollar la posibilidad de una vida social digna”.

Esta profunda reflexión, la misma noche que lo largaron de la prisión de Trinidad, abundaba sobre el problema del repoblamiento de la campaña –que se ha tratado reicientemente en nuestro Parlamento y estamos en el 2008, porque Wilson ya sabía que además del tema social existe un gran vacío geopolítico; basta con saber que en la frontera con el Brasil hay un uruguayo por kilómetro cuadrado, mientras que hay 70 u 80 brasileños del lado del vecino país. Seguramente, el único modo de sortear esa tremenda presión demográfica, será seguir su escuela sin sectarismos y con una mínima comprensión de que lo que está en juego es el país, lo que es mucho más importante.

Por supuesto, era de esperar en aquella noche memorable, la generosidad de miras con respecto a la gobernabilidad, pero la posteridad se ha encargado de desvirtuar el sentido global de aquel discurso, y quiero dejar constancia de ello, señor Presidente, porque en la Explanada también se ocupó de sus viejas divisas como la nacionalización de la banca. Quiere decir que el ex Presidente del Directorio, Ferreira, mantuvo una constancia con relación a su diseño de país y a los cambios estructurales, que no ha tenido hasta ahora ningún tipo de paralelismo.

El 15 de diciembre, a pocos días de su liberación, en Durazno, Wilson le pregunta a la gente en un acto: “¿Quién duda de que el país tiene que ser transformado?”. “Aquí hay mucha gente que se asustó porque se le anunció que se iba a hacer una reforma agraria, pero debieron asustarse también cuando este país experimentó la reforma agraria más tremenda, más profunda, pero al revés: la de la gran concentración de la propiedad rural”. Entonces, señor Presidente, en una actividad que no supo de descanso seguía recorriendo el país, conduciendo su oratoria como instrumento de divulgación y de combate en pos de su ancho ideario, y entre los avatares políticos y las polémicas de circunstancia siempre vamos a encontrar los fundamentos que dieron razón a su existencia política.

El 10 de junio de 1985, desde el Palacio Peñarol, en un congreso partidario, analizó ácidamente nuestro sistema tributario. Decía: “El Gobierno tendría que modificar, fundamentalmente, el sistema tributario. Esa es la otra modificación estructural de la que nadie habla. Tendría que modificarse toda la estructura de nuestro sistema impositivo. ¿Vamos a seguir con un criterio de que cada vez sea mayor proporcionalmente la carga impositiva que recae sobre la espalda de los que no pueden pagar y proporcionalmente menor la que recae sobre la de aquellos que podrían pagar más y no pagan?”. En Santa Clara de Olimar reitera este mensaje en el año 1985 donde, refiriéndose al Presupuesto General de Gastos de ese año, afirma: “No hay en él una sola disposición que altere el sistema tributario nacional; no hay modo de que toque lo de antes. Los impuestos los seguirán pagando los mismos de antes, es decir, los más”.

Hasta poco antes de morir, Wilson Ferreira siguió difundiendo su ideario. Con total honestidad intelectual, digo que no he encontrado ningún documento en el que Wilson haya desestimado la necesidad de instalar aquellas ideas o instrumentos programáticos; por el contrario. Nadie duda que la libertad y la democracia poseen valor en sí mismas pero sentimos que Wilson activaba estos dos bienes y los potenciaba como canales para dar sentido a aquellos planes que perseguían una justicia integral y una consolidación de la soberanía nacional. No pueden caber dudas, entonces, de que “Nuestro compromiso con usted” fue en lo político, lo que en su matrimonio con esa gran mujer que es Susana Sienra, representaron sus hijos y sus nietos. Así lo consignó el 3 de febrero de 1987 en un acto en CAMBADU, donde textualmente, dijo: “Nunca me olvidaré del día en que en la Unión, en el año 1971, distribuimos esa joya que es ‘Nuestro Compromiso con Usted’. Uno veía la alegría y el orgullo de los muchachos y de las muchachas que lo repartían entre una multitud enfervorizada; la gente lo apretaba contra su pecho, la gente sentía que allí había un mensaje, en momentos en que el país se crispaba; aparecía allí un mensaje de esperanza, lleno de alegría”.

El cauce que abrió Wilson en la vida política del país no cesa de fluir; aquel torrente de esos bienes inmateriales que son las ideas y los ejemplos de conducta siguen siendo un desafío para la reflexión sobre el rumbo nacional. Por ello siempre regresamos a él como a tantos otros gloriosos ciudadanos que amojonan la vida de nuestra nación. Lo hacemos porque sentimos que es nuestro deber.

Es cuanto debía expresar. Muchas gracias.

(Aplausos en la Sala y en la Barra)

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