Les acercamos un muy interesante artículo de la periodista Marcela Moretti sobre límites contestados con Brasil:
Frontera dudosa
Uruguay y Brasil mantienen dos históricos conflictos limítrofes de baja intensidad. En Isla Brasileña y Rincón de Artigas las nacionalidades se confunden, los servicios se comparten y el portuñol es el idioma oficial
Marcela Moretti, en Isla Brasileña y Rincón de Artigas
Hay dos lugares donde la frontera con Brasil se hace, para Uruguay, demasiado difusa. Son Rincón de Artigas frente a Masoller y la Isla Brasileña en las costas de Bella Unión. Uruguay no acepta el trazado de límites que hacen que esos pueblos sean brasileños y sostiene que es un tema que sigue abierto; para Brasil eso es un asunto cerrado. Eso es nivel diplomático, porque en lo cotidiano de las personas que viven allí, todo es la integración por necesidad y portuñol.
Ese conflicto limítrofe con Brasil es más largo pero mucho menos polémico que el que Uruguay mantiene con Argentina por los cortes de puentes contra la instalación de Botnia. En los hechos, más allá de notas guardadas en las cancillerías de ambos países, hace tiempo que la disputa sólo se ve en los mapas oficiales de Uruguay que señalan ambas zonas como "límites contestados".
La última vez que la Cancillería uruguaya presentó una nota formal por la situación de Rincón de Artigas fue en 1988, durante el primer gobierno de Julio María Sanguinetti. La embajada brasileña respondió un año después, en diciembre de 1989, pidiendo ampliación de la información, pero no respondió después que Uruguay envió los datos pedidos el 22 de octubre de 1990, según la Dirección de Asuntos Limítrofes de la Cancillería.
Sobre la Isla Brasileña, la última actuación oficial uruguaya fue una nota enviada el 30 de julio de 1997, a la que la embajada brasileña respondió al mes siguiente diciendo que, sobre eso, no había nada que charlar. "En 1999 hubo nuevos intentos por tratar el tema y Brasil no quiso hablar", dijo una fuente de la Cancillería uruguaya. Y así sigue hasta hoy. Para Uruguay este tema va más allá de la Isla Brasileña, ya que ese trozo de tierra está donde el río Cuareim desemboca en el Uruguay y por esa diferencia todavía no fue posible concretar la división de las aguas que conforman la triple frontera entre Uruguay, Brasil y Argentina.
En todos estos años el tema sólo volvió a surgir cuando lo planteó algún político. Así lo hizo en mayo de este año el ex canciller y hoy senador nacionalista, Sergio Abreu, cuando le reclamó al gobierno una actitud más activa para defender sus límites fronterizos con Brasil.
No parece fácil. "Si una de las partes se niega a negociar habría que presionar. Pero las relaciones con Brasil son mucho más amplias y hay que ver cómo, cuándo y cuánto conviene presionar", dijo una fuente de la Cancillería que aclaró que "el tema no está muerto y se sigue conversando".
A todo esto, la ministra de Salud Pública, María Julia Muñoz, suscribió la semana pasada un acuerdo con su par brasileño, José Gomes Temporao, que permitirá el acceso tanto a brasileños como uruguayos a los centros de salud en ambos lados de la frontera. Algo innecesario para pueblos vecinos como Masoller en Rivera y Villa Thomaz de Albornoz en Río Grande do Sul, que comparten sus servicios sin necesitar permiso.
El rincón. La antesala uruguaya a la zona Rincón de Artigas es Masoller, adonde se llega por una ruta 30 custodiada por cerros con una vegetación tan verde que se asemeja a los morros de Brasil. Luego de pasar el empinado Repecho de Pena aparece el riverense pueblo fronterizo, con sus prolijas y ordenadas casitas blancas.
En la comisaría, ubicada en plena triple frontera departamental (Rivera, Artigas y Salto), el policía de turno indica cómo llegar a Thomaz de Albornoz (la villa brasileña fundada por Brasil en el territorio contestado). Hay que seguir derecho por un camino de tierra que nace frente a la comisaría y es el primer pueblo que aparece a la izquierda.
Una antigua cerca de piedras sustituye a los convencionales alambrados de campo y las antenas parabólicas dominan el paisaje. Son las cuatro de la tarde y el único almacén que se ve en el camino está cerrado. "Varejao Macanudo. Aquí tem tudo", dice una pintada de la fachada.
La calle está vacía y en silencio. A la derecha sigue Masoller y a la izquierda aparece primero un cementerio con aspecto de abandonado y más adelante se ve un grupo de casas amontonadas. Al costado de la calle hay un mojón, un monolito de piedra de metro y medio. Es la única señal de la existencia de una frontera uruguayo-brasileña.
Un niño que pasa en bicicleta frena en el "marco" y da una explicación bien sencilla con palabras y gestos: "de acá para allá (señala a la derecha) es Uruguay, y de acá para allá (señala a la izquierda) Brasil". Enseguida vuelve a colgar la bolsa con un kilo de tomates del manillar y antes de irse cuenta que vive en Uruguay pero cruzó a Brasil para ir al almacén porque es más barato.
Ese comercio reina en la única esquina con algo de movimiento en el pueblo de 30 y pocas casas y 126 habitantes. En realidad "Ferragem Pampa" es mucho más que un almacén. Allí se venden desde comestibles hasta muebles, colchones, ventanas, puertas, ladrillos, portland: de todo. El dueño no está contento con las visitas. Sospecha, pide identificaciones, pregunta mucho y responde poco. Dice que el pueblo tuvo malas experiencias con otros informes periodísticos. Incluso niega ser el dueño del lugar pero después todos los vecinos lo contradicen.
Los miedos del brasileño tienen que ver con una de las características de la frontera: el contrabando. Las mercaderías circulan por la zona sin controles y al multifacético almacén llegan compradores de varias zonas de Uruguay. Los camiones del propietario circulan por los dos países sin mayores problemas. Es que la Aduana más cercana está abandonada en la triple frontera departamental uruguaya y los controles son móviles y poco frecuentes, según relataron varios vecinos.
En este tipo de frontera abierta la aspiración integradora del Mercosur se da de hecho. Las mercaderías, las personas, los vehículos, todo circula libremente. Y los pueblos de ambos lados comparten servicios públicos sin firmar ningún acuerdo sólo por simple necesidad.
Pueblo Albornoz es Brasil pero sus ciudadanos hace tiempo que se atienen en la policlínica de Masoller, del lado uruguayo, porque no tienen servicio de salud fijo. El enfermero permanente y el médico que va dos veces por semana al pueblo riverense a atender a uruguayos y brasileños sin distinción. Y cuando el Ejército de Brasil visita la villa Albornoz con dentistas y oculistas, como pasó este año, los uruguayos cruzan y aprovechan para controlarse.
"Sentimos que Uruguay nos da mucha asistencia. En la Salud Pública de Masoller nos atienden y ni preguntan si sos brasileño o uruguayo. También usamos su ambulancia. Ahora un coronel brasileño que estuvo de visita prometió contactar al gobierno de Brasilia para rehabilitar el ambulatorio local", cuenta el uruguayo Claudio Jesús Suárez, delegado comunal del gobierno de Santa Ana do Livramento y esposo de la maestra brasileña Eva Salete Souza. Suárez nació en Uruguay pero ahora se define como un "doble chapa". Al tener hijos brasileños tiene doble nacionalidad.
Claudio y su mujer tienen casa en Livramento, la ciudad brasileña más cercana (a 70 kilómetros). Para llegar allí, los pobladores de Albornoz cruzan a Uruguay, se toman un ómnibus de Masoller a Rivera y desde la capital departamental uruguaya vuelven a atravesar la frontera caminando para llegar a Brasil. Si tienen auto, también utilizan la carretera uruguaya. De una u otra manera pasan por Uruguay para ir a la ciudad brasileña. Suárez y la maestra van una vez por mes a cobrar sus sueldos en el Banco do Brasil y la plata del alquiler de su casa.
Ellos y el resto de los pobladores de la villa brasileña utilizan los servicios de internet y telefonía celular uruguayos. Las tres antenas instaladas en el diminuto pueblo son las de las compañías que operan en el mercado local, Ancel, Claro y Movistar. El servicio telefónico de Brasil se limita a una cabina pública de Embratel ubicada en el salón comunal, al lado de la escuela y frente al tanque de agua. Esa es toda la infraestructura pública del lugar, no hay ni un puesto policial.
De vez en cuando hay recorridas de los servicios de seguridad brasileños. Y uno de los lugares más controlados es el Club de Visitas Gato Verde, ubicado frente al almacén Pampa, en la esquina más movida del lugar. El negocio está tratando de mejorar su reputación después de que fuera cerrado porque el dueño anterior prostituía a menores. El local llegó a ser baleado por gaúchos de la zona, según contó más de un vecino. Pampa, el Gato Verde y otro almacén más chico son los tres comercios del lugar que aumentan su demanda por la llegada de uruguayos.
En Albornoz el agua es gratis porque es de pozo pero el tanque que la almacena y la bomba que la extrae son mantenidas por la comuna brasileña de Livramento, al igual que el servicio de electricidad.
Brasil mantiene la escuela Bento Goncalves, le paga a la maestra y envía la comida para que los alumnos almuercen todos los días. En el mismo salón de clase conviven niños de distintas edades que al hablar mezclan el español con el portugués. La integración educativa es más difícil. Los seis años de primaria y seis años de secundaria uruguayos no coinciden con los nueve años de primaria y tres de secundaria de Brasil. Por eso, cuando terminan la escuela en Albornoz (que sólo llega hasta quinto), los niños brasileños tienen que ir a Livramento para seguir sus estudios. Les resulta complicado integrarse al liceo de Masoller.
Livramento también le paga al esposo de la maestra que se encarga de prender y apagar la bomba, que no puede pasar más de dos horas prendida porque el tanque tiene sólo 25.000 litros y se desborda. Además, Claudio limpia la escuela, le cocina a los 12 niños brasileños que van y organiza los bailes en el salón comunal, en los que todos escuchan, y cantan, cumbia en español. "Me llaman el prefeito", dice orgulloso entre risotadas.
Cerca de las seis de la tarde varios lugareños visitan el almacén Pampa, que está abastecido como para una clientela mucho más grande que los vecinos. Una niña pide agua en español y el dueño le pregunta en portugués "¿pequena o grande?". Y después le cobra 17 pesos. La moneda da igual, reales, pesos, es lo mismo. En el otro almacén, a la entrada del pueblo, es igual.
La mayoría de los que viven en villa brasileña son uruguayas, sólo unos 40 nacieron en Brasil, incluyendo a los niños que van a la escuela. Los hombres trabajan en el campo, por eso de día el pueblo está vacío y sólo circulan niños y las mujeres que se quedan en sus casas. No parecen estar preocupados por vivir en un "límite contestado".
Si se les pregunta, los brasileños dicen que Albornoz es Brasil y los uruguayos dicen que la villa está en territorio uruguayo. Pero en la vida cotidiana, les da lo mismo. En la escuela -la única institución educativa del lugar- no se habla del asunto y brasileños y uruguayos se casan, tienen hijos y se convierten en "doble chapa". Con sus parabólicas miran canales brasileños pero escuchan radios de los dos países.
Cacaio Díaz Guedes, con 65 años, es el habitante más antiguo de Albornoz. Nació en la zona antes de que existiera el pueblo. Su padre está enterrado en el cementerio con aspecto abandonado. Ahora vive del lado uruguayo, a unos metros del mojón de la frontera. "Soy brasileño pero estudié en la escuela uruguaya. Acá nadie habla del tema del conflicto fronterizo", dice. Su hermano, Yango, que también vive en Masoller reafirma que salvo por "una borrachera nadie se pelea en el pueblo". Para él, que se casó con una uruguaya, no hay diferencias entre Albornoz y Masoller. "Somos todos lo mismo". Y recuerda cuando su padre les contaba que en 1904, cuando niño, vio pasar la carreta que llevaba muerto al Aparicio Saravia.
En 1985, cuando se creó el pueblo Albornoz, Uruguay protestó. Recién este año el Ejército brasileño inauguró la plaza Brigadier Vasco Alves, con hamacas, toboganes y otros juegos para niños, junto a la placa fundacional que dice "Vila Thomaz Vares Albornoz, marzo de 1985".
El "prefeito" improvisado del pueblo piensa que algo está pasando porque Brasil les está prestando mucha más atención. "En un año el Ejército vino siete veces. Antes no venían tanto. Dicen que los uruguayos quieren tomar acá y los brasileños han tenido hasta seis o siete aviones sobrevolando. Ellos dicen que esto no lo entregan ni abajo del agua", cuenta. Y jura que, no sabe si en broma o en serio, un capitán brasileño que estuvo de visita le dijo, al ver pasar a un contingente militar uruguayo, "aí vai indo nossos inimigos" (ahí van nuestros enemigos) y se ríe a carcajadas.
Ni él se cree que algo pueda pasar.
La isla. La vida de Seu Zeca, habitante de la Isla Brasileña desde 1964, es increíble. Es un isleño de 93 años que todavía hoy rema una hora y media para llegar a su casa. Así le dice a la isla. Va desde Barra do Quaraí, donde vive parte de su familia formada por tres hijos y cerca de 40 nietos y bisnietos. Con su mujer tiene casa más lejos, en Uruguayana. Pero para él su hogar está en ese pedazo de tierra que para Brasil está en el río Quaraí y para Uruguay en el río Uruguay.
La Isla Brasileña está a unos 100 metros de Bella Unión, desde donde se la ve claramente. Pero es parte de Brasil.
Llegó a haber ocho familias viviendo allí, pero desde 1977 Zeca es el único habitante casi permanente. El día de la visita estaba en Barra do Quaraí ayudando a uno de sus nietos a levantar su casa de madera y dejó el martillo para dar la entrevista. Flaco, pequeño y arrugado, Zeca se mantiene absolutamente lúcido y ágil. Dice que ama la tranquilidad de la isla y que la considera su hogar pese a que su mujer nunca quiso vivir del todo allá. Él está convencido de que la isla pertenece a Brasil. Incluso afirma que esa tierra fue parte del continente brasileño hasta 1901.
Sus enormes párpados apenas se mueven cuando se sonríe al escuchar a su nieto relatar la vez que salvó a un caballo y ocho chanchos durante una creciente del río en la isla. Para que no se los llevara el agua los subió a una balsa y los mantuvo horas ahí, al mejor estilo Arca de Noé.
Uno de los hijos de Zeca, Alberto Jorge Daniel, de 57 años, está trabajando muy cerca de la isla que fue su hogar cuando era chico, en los meses que no tenía que ir a la escuela en Uruguayana. Pasa días enteros en el agua. Con su hijo "Zeca chico" trabaja en un barco extrayendo arena del fondo del río Cuareim para una arenera uruguaya. "Esto es robo", dice sin problemas. Y cuenta su historia a la delegación de uruguayos que llega en una lancha de la Prefectura de Bella Unión y para al lado de su embarcación. El río está tranquilo, la charla es de barco a lancha.
Alberto recuerda que su padre se estableció en la isla para construir y reparar las balsas que circulaban por el río Uruguay. Dice que desde que Zeca llegó en 1964 la isla se redujo en 70 metros. No está tan encariñado como su padre: "la isla no sirve para nada, sólo para discusiones". Pero él y su hijo heredaron la especialidad del isleño de 93 años. Alberto está especializado en los barcos de madera y su hijo en los de fibra de vidrio.
Poco después la lancha de la Prefectura retoma el viaje hacia la Isla Brasileña. Roberto Píriz, un productor de morrones de Bella Unión, hace de guía. La embarcación atraviesa una zona que él y el oficial de la Prefectura señalan como el fin del río Cuareim y su desembocadura en el Uruguay. Según sus explicaciones la isla está claramente en el río Uruguay. Es un lugar especial, en el encuentro de los dos ríos y rodeados por costas de tres países, Argentina, Brasil y Uruguay. Una triple frontera difícil de visualizar a pesar de los hitos fronterizos que marcan líneas imaginarias.
La lancha para en la entrada a la isla y, al bajar, los pies y parte de las pantorrillas se hunden en el barro. La isla es grande, tiene más de un kilómetro de largo por más de medio en su parte más ancha. Al desembarcar atacan los mosquitos y aparecen las huellas de un carpincho en el barro. La vegetación es espesa.
Ya en la primera parte del camino se nota la presencia de Zeca: un viejo tractor, panales de abejas, una mesita de trabajo y varias herramientas herrumbradas. Para llegar a la casa hay que seguir por un sendero que está bordeado por un perfecto corredor de árboles. El único anfitrión es un gato, que se llama Gato, según contó Zeca.
El hombre construyó su casa en una elevación de tierra para evitar que se inunde, porque cuando sube el río Uruguay parte de la isla queda bajo agua. Aunque ahora pasa menos tiempo allí, en la isla hay vida. La casa está cerrada (hace poco le robaron todo lo que tenía) y alrededor hay otras construcciones precarias llenas de basura y trastos. Hay leña cortada, una enorme piedra de afilar, lo que fue un gallinero, un fuelle que inventó con una bota para espantar abejas. Ya no tiene animales pero cuando va planta árboles.
Al final del recorrido, el río ya no está tan tranquilo. La lancha rebota en las olas que se levantaron en cuestión de minutos con la tormenta que se acerca. Es difícil imaginar a un hombre de 93 año remando para llegar y viviendo solo allí.
Él dice que casi nunca estaba solo en la isla. Siempre había alguien de su familia o los pescadores que acampaban. Brasileños, uruguayos, argentinos. Ahora también suelen estar de paso ladrones de embarcaciones y la Prefectura uruguaya hace operativos conjuntos con la brasileña para recuperar cosas robadas. Píriz dice que es como la cueva de Alí Babá.
Argemiro Rocha, un activista brasileño de la Barra do Quaraí -que trabaja con ONG de Argentina y Uruguay para fomentar la zona de triple frontera- dice que si no fuera por su habitante de 93 años la isla estaría totalmente abandonada y denuncia la pérdida de un importante patrimonio en bosques naturales porque la costa se desmorona y los árboles caen al mar. Es un territorio de nadie en proceso de deterioro.
Zeca no se queda quieto e inició los trámites legales para quedarse con el usufructo de la isla, un derecho que cree adquirido por todos sus años de residencia en el lugar. La Isla Brasileña no es ni de Brasil ni de Uruguay, es de Zeca.
El guardián
Seu Zeca (foto) a los 92 años es el único habitante de Isla Brasilera, el terreno que a 100 metros de Bella Unión es brasileño. Su presencia le da nacionalidad ese pedazo de tierra.
Blancos le reclamaron a Sarney
"Hermandad verdadera, no correr la frontera". Eso decía la enorme pancarta de una movilización de políticos blancos que en 1985 protestaron por Rincón de Artigas e Isla Brasileña, aprovechando la visita del entonces presidente brasileño, José Sarney. "Sarney estaba en el Victoria Plaza e iba a participar de un homenaje al prócer José Artigas en la Plaza Independencia y nosotros le queríamos hacer notar el tema de los territorios contestados", recuerda el ex legislador nacionalista, hoy del MPP, Ruben Martínez Huelmo. La Policía no entendía bien qué era aquella "barra brava" y la seguridad del presidente Sanguinetti, estaba nerviosa porque los veía "con las banderas tricolores de los 33 y de Artigas y se pensaban que eran del Frente Amplio". "Cuando Sarney atraviesa la plaza, a mitad de camino entre el cordón de la vereda y la guardia de Blandengues frente al monumento, desplegamos la pancarta y empezamos a gritar consignas de soberanía. Los periodistas brasileños quedaron helados, Sarney quedó duro. Muchos no sabían de lo que estábamos hablando".
La isla solitaria pero reclamada
La ubicación de la Isla Brasileña genera el otro problema de límites con Brasil. Uruguay sostiene que está ubicada en el río Uruguay, por lo que sería uruguaya. En cambio Brasil sostiene que esté en el río Quaraí. En 1860 Brasil colocó en la isla un mojón fronterizo en forma inconsulta y Uruguay protestó. Uruguay sostiene que existen diferencias entre el agua de un río y de otro, que serían apreciables claramente por fotos o análisis y que probarían la posición uruguaya. El apartado dos del artículo tercero del Tratado de Límites entre Uruguay y Brasil del 12 de octubre de 1851 declara: "perteneciendo al Brasil la isla o islas que se hallan en la embocadura de dicho río Cuareim en el Uruguay". El diputado del MPP, Ruben Martínez Huelmo, sostiene que es evidente que no surge del texto ningún derecho de Brasil sobre el río Uruguay, que pese a ello retiene bajo su soberanía a la isla que para él está en el cauce del Uruguay.
Albornoz
La diferencia entre Uruguay y Brasil por la zona de Rincón de Artigas se origina en la demarcación de los límites acordados en un tratado de 1851, que se realizó entre 1852 y 1862. En la zona contestada, de 22.000 hectáreas, la demarcación se hizo desde Rivera-Livramento en dirección al oeste, atravesando campos hasta el marco 49. A partir de allí, donde hoy está la villa Albornoz, los límites en dirección al norte fueron definidos por la naciente del río Cuareim. El tratado dice que la naciente del río es el arroyo de la Invernada. Los demarcadores colocaron el marco 49 donde estaría la naciente del arroyo, una vertiente de agua distante unos mil metros del mojón.
A partir de 1934 Uruguay contestó la demarcación. El arroyo de la Invernada sería para Uruguay el arroyo que los brasileños llaman Moiroes. Para Uruguay el arroyo donde hoy figura el marco 49 no es el arroyo de la Invernada, sino el arroyo Maneco. La distancia entre un arroyo y otro es de 18 kilómetros. El total del área contestada es de 22.000 hectáreas.
Según una nota publicada por el periódico brasileño Zero Hora, la villa fue construida por un lado, para poblar y llevar infraestructura a los extremos del municipio de Livramento y por otro, para plantar bandera y lotear un área fronteriza siempre reclamada por Uruguay. En su momento Uruguay reaccionó a la instalación del pueblo con el retiro de su cónsul en Livramento.
Publicado Originalmente en: Suplemento "Que Pasa"; diario El País, 06/12/2008
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