lunes, 10 de septiembre de 2007

Pese a la escarcha de los tiempos.

RUBEN MARTINEZ HUELMO

En estos días en los que Aparicio Saravia es recordado por infinidad de uruguayos, desbordando --para bien de la República-- fronteras partidarias, debemos coincidir con aquella máxima de Arturo Jauretche por la cual "se interroga al pasado para obtener respuestas del futuro, no para volver a él en melancólica contemplación o para restaurar formas abolidas, sino para que nos enseñe cuáles son los métodos con que se defrauda el presente, e impedirlo".

Ha dicho el candidato presidencial del Partido Colorado y también el actual Presidente de la República, con respecto a la Revolución de 1904 "que es una verdad histórica el que hubo una revolución, el gobierno constitucional enfrentó la revolución y la revolución fue derrotada". Esta afirmación que entra en las clásicas categorías eficientistas y exitistas con que se ha labrado la historiografía oficial durante décadas --al igual que la misma muerte de Saravia-- tiene 100 años.

Sin embargo ante la parálisis política, moral e intelectual que implica "la historia oficial", el mayor antídoto que han encontrado las sucesivas generaciones de uruguayos u orientales, ha sido revisar permanentemente nuestra historia nacional. En ese sentido decía Unamuno que "para poder vivir y pervivir en la historia --que es la vida espiritual-- y en la historia nacional ante todo, lo primero es tomar posición en ella, situarse. Hay que encogerse en sí, el hombre consciente de su propia ciudadanía, de su propia civilidad y examinar como su historia individual, su biografía, se ha fraguado dentro de la historia general de su pueblo". En este fundamento filosófico podríamos sentar la razón por la cual los uruguayos tenemos una honda y especial predilección por aquel político y guerrero que fue Aparicio Saravia, quien a costa de su sacrificio, enfrentó acuciantes problemas de nuestra patria. Porque tal como consignaba el manifiesto de la revolución de 1897 "el derecho extremo de la Revolución sólo es permitido a los pueblos ejercerlo cuando el poder público no respeta la libertad política consagrada en la ley y cuando falta, sin frenos legales que lo detengan, a sus deberes como poder administrador...". Allí mismo se describe la situación política general de la época, desde la usurpación, el fraude electoral, los gobiernos deshonestos "que se su ceden sin interrupción uno tras otro", lo que forzó a que se abandonara "una actitud pacífica en aras de la justa demanda de los derechos civiles y políticos" de la oposición que en aquel tiempo lo era en términos absolutos el viejo Partido Blanco.

La gesta política y social promovida por Saravia abarca desde 1896 a 1904, año en el cual cae herido en los campos de Masoller para morir el 10 de setiembre de ese año. Sin embargo el empuje de aquel ejército ciudadano enfrentado al gobierno y su aparato militar, los ancestros del actual Ministerio "de la Defensa" como gusta llamarlo sectariamente el ministro Fau, siguió operando en el alma de las multitudes aun luego de acalladas las dianas que llamaban al levantamiento popular. Y es indiscutible que los efectos de las revoluciones pronto desbordaron la aparente derrota de la cual se envanecen ascépticamente Jorge Batlle Ibáñez y el candidato colorado.

Tal como definió Wilson Ferreira "el 30 de julio de 1916 representó finalmente el triunfo de las revoluciones de 1897 y 1904. Es que cuando cae Saravia cunde el desánimo y en ese instante no se advirtió que su muerte había dejado sentadas las bases del Uruguay moderno".

Veamos las conquistas promovidas por aquel triunfo electoral: 1) Inscripción obligatoria; 2) voto secreto; 3) la representación proporcional; 4) prohibición de las autoridades policiales y militares en actividad de intervenir en trabajos electorales sobre el voto; 5) voto universal; 6) se baja la edad de los ciudadanos de 25 a 18 años; 7) reintegro de la ciudadanía con solo avecinarse en el país; 8) derecho de la minoría a interpelar al gobierno (antes era una graciosa concesión del coloradismo); 9) se establece que el Parlamento, además de legislar, pueda nombrar comisiones de inspección y fiscalización; 10) se reconoce que los parlamentarios tienen el derecho de pedir informes a los ministros de estado; 11) se establece la elección presidencial por voto secreto y directo; 12) se autonomizan los municipios.

Hubo más conquistas que fueron detalladas brillantemente en la Constituyente por Washington Beltrán.

Mucha razón asistía a Ferreira Aldunate cuando oportunamente trazó un paralelo --que comparto-- entre aquel triunfo popular de 1916 y el de 1980. En ambas ocasiones los textos constitucionales proyectados eran regresivos desde todo punto de vista, confirmando el recorte de libertades y garantías democráticas. Alcanza con leerlos. En 1916 --corolario de la gesta saravista-- se le cerró al antiguo régimen la posibilidad de imponer una reforma constitucional que, con la "carnada" de colegializar el Poder Ejecutivo, aseguraba al coloradismo su perpetuación en el poder. Los llamados "Apuntes" del 4 de marzo de 1913, promovidos por Don José Batlle y Ordóñez, proclives a perpetuar a su partido en el poder, estaban muy lejos de las necesidades institucionales que la nación había reclamado en los campos de batalla. (La oposición tenía que triunfar en cinco elecciones consecutivas para obtener la mayoría de un poder Ejecutivo colegiado de nueve miembros. Nada refería al voto secreto ni a una mayor justicia electoral).

No hay duda entonces que al antiguo régimen de la "influencia directriz" de Julio Herrera, el "colectivismo" de Borda, la "influencia moral" de don Pepe, y al fraude electoral que reinaba en aquellos tiempos le llegó su Waterloo, para felicidad de la República. Se equivoca feo el sobrino nieto del presidente Batlle y Ordóñez cuando opina que la revolución fue derrotada.
Finalmente diremos que pese al monopolio electoral en el terreno iconográfico y literario que imponen las leyes de lemas de 1934 y 1939, Saravia ha dejado de ser patrimonio exclusivo de una colectividad determinada para serlo de la nación entera. Su invocación durante los años del oscurantismo militar reafirmó las esperanzas nacionales. En su imagen altiva y generosa nos reconocimos a nosotros mismos, sabiendo que podíamos esperar pero no doblegarnos ante aquel infortunio colectivo.

En los cien años de tu muerte, mi general, levanto la oración con la que Abdón Aroztéguy --soldado de Timoteo en 1870 y de Saravia en 1897-- cierra su crónica sobre la Revolución Oriental de 1870:

"Honor a los que viven, y a los caídos gloria/Murieron combatiendo por patria y libertad/Los nombres de esos héroes, grabados en la Historia/Irán resplandecientes a la futura edad".
Que así sea.

Artículo publicado en el diario La República del 10 de setiembre de 2004

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