lunes, 17 de diciembre de 2007

Oribe

I ) Cuando el 1ro. de Marzo de 1835, la Asamblea General, por unanimidad, eligió Presidente de la República a Don Manuel Oribe, el espartano soldado de la Independencia al jurar el cargo expresaba:
“Al presentarme delante de vosotros a prestar el juramento de ley, mi corazón se halla sobrecogido de un temor que no había experimentado ni aún frente a los enemigos”

Valiente ante ellos, reverente ante la Constitución.


Dejaba tras ese acto una inapelable y contundente foja de servicios a la Patria. Ello desde el mismo instante, a fines de 1812, cuando Doña María Francisca Viana de Oribe acompañada de sus hijos Manuel e Ignacio, se presenta en el Campamento sitiador para ofrecer los servicios de los jóvenes a la causa de la Revolución.

Luego del bautismo de fuego en la Batalla del Cerrito el periodo artiguista de Oribe se cumple con nitidez en los años 1815, 1816 y 1817.

En esos años se dieron enfrentamientos en la interna artiguista, sin duda allí van quedando prefigurados los bandos que dieron lugar más tarde a los llamados partidos históricos y por sobre todo el carácter de cada uno de ellos, en la personificación de aquellos que les cupo ejercer sus circunstanciales jefatura fundacionales.

Los protagonistas de aquel tiempo no sabían que un siglo y medio después serían elevados a la categoría de héroes, al grado que uno de ellos tendría un impresionante bronce en la principal plaza de la ciudad capital, de un país que en aquel tiempo no existía y que en la circunstancia era la provincia Oriental de las Provincias Unidas del Rió de la Plata, con sus posicionamientos políticos el centralismo o directoriales en torno a Buenos Aires y el incipiente partido federal desde las provincias.

Nuestro territorio y nuestros compatriotas de aquel tiempo estaban inmersos en otra realidad política. Aunque los intereses geo políticos de aquel tiempo sean similares a los actuales.

Por ello siempre es menester imaginar el escenario en donde se movieron aquellos compatriotas, es evidente que nosotros tenemos las cuarenta del mazo y ello representa una posición privilegiada, pero sin lo primero podemos errar los juicios por incomprensión e ignorancia.

Lo que para nuestra época podrían ser marcos absolutos, para Oribe y los actores de aquel tiempo era tan relativo como la vida misma.

No intento con esto tender un manto piadoso sobre aquel tiempo y mucho menos sobre Manuel Oribe, pues lo suyo está sobre la mesa, en el error o el acierto.

Tan solo afirmo que no estuvo involucrado en las intrigas que se detectan desde 1816 en adelante hasta la caída de Artigas.

No obstante no soslayamos que en 1817, tuvo desavenencias con el mando impuesto por Artigas en la persona del Gral. Fructuoso Rivera. A partir de allí y junto a un calificado núcleo de oficiales retiran su concurso al Ejercito de la Banda Oriental.

De analizar y juzgar esa situación, relativa en aquel contexto, se ha encargado casi toda la comunidad de historiadores nacionales a lo largo de varías décadas.

A nuestro juicio queda absuelto, sin duda, los hechos posteriores son categóricos, pues cuando regresa no lo hace para ser un asimilado al invasor que aquí había llegado en 1816 ni recibir nada de él.

II ) Conspira en 1823 con los Caballeros Orientales y es derrotado.
Regresaría como Segundo Jefe de la Cruzada de 1825 bajo el mando del legendario soldado artiguista Juan Antonio Lavalleja, aquel a quien el Gral. Artigas enviara sus últimos recursos pecuniarios a la prisión imperial en la Isla Das Cobras en la Bahía de Rió de Janeiro, con el compromiso de expulsar al invasor.

Oribe sumo entonces nuevamente su invicta espada al servicio de la causa patriota, con la impronta de ese fundamental imperativo artiguista.

III ) Siempre fue sinónimo de orden institucional y lo pintan de cuerpo entero dos hechos que han trascendido.

Uno, aquel acaecido durante el período presidencial de Don Fructuoso Rivera, él que debió enfrentar el levantamiento del partido lavallejista en 1832.

Los Oribe enfrentaron al antiguo camarada de 1825, imbuidos del deber republicano de sostener a la autoridad legalmente constituida.

Esta conducta era una reiteración de la ejercida en 1816, cuando las autoridades del Cabildo de Montevideo destituyen a Barreiro, delegado de Artigas, haciéndolo prisionero y encarcelándolo.

Oribe sin dudar junto a compañeros de armas, derriba la puerta del calabozo, liberan a Barreiro y lo retornan a sus funciones

IV ) Su gestión desde la Presidencia de la República entre 1835 y 1838 y los años en el Cerrito se desarrollo en un clima de inestabilidad cuando no de guerra. Sin embargo pese a las lógicas inclemencias de esas circunstancias estableció políticas financieras, económicas, educativas y previsionales que realzan ante la posteridad esas administraciones.

Que en medio de una situación bélica de gran magnitud, alguien se preocupara de los planos del edificio para erigir la Universidad, nos sigue sorprendiendo, pero así fue.

Digamos que no se quedo en ello tan solo, su construcción finalizó en 1849, toda la planta baja del hoy hospital Pasteur, mirador incluido, era la Universidad cuya construcción preocupaba a Don Manuel Oribe.

Es imposible no referirse a la Ley del 26 de octubre de 1846 y su Dto. Reglamentario, que firmara Oribe y su Ministro Bernardo Prudencio Berro.

Esas normas dispusieron la abolición de la esclavitud, general e irrestricta, sin condiciones ni excepciones, a diferencia de la ley que promulgo el Gobierno de la Defensa, tan civilizado él, bajo la firma de Don Joaquín Suárez.

La Ley abolicionista del Gobierno del Cerrito concurría a la plena observancia de Derechos Humanos y civiles insoslayables, a lo cual el Gobierno del Cerrito arribó llevado por autenticas consideraciones morales, humanistas y democráticas, que lo enaltecen ante la posteridad.

Del gobierno de Manuel Oribe surgen las primeras políticas de previsión social, dictadas en 1835 que buscaban amparar a los servidores de la Independencia y a sus viudas y que fueron el punto de partida de políticas con que el Estado uruguayo busco desde siempre establecer normas de justicia social.

De aquellas administraciones nació el principio de la “probidad administrativa”, tan caro para toda la vida política nacional, generado en conductas honradas y austeras.

Todo un capítulo abarca la política internacional de los gobiernos que presidio Oribe, marcadamente americanista y antiimperialista.

Es menester mencionar que con todo su prestigio y enorme parcialidad detrás, enfrentó a las potencias globalizadoras del siglo XIX, durante la Guerra Grande.

Por no prestarse al juego de Francia, que perseguía usar Montevideo como base de su flota para bloquear Buenos Aires y derribar a Rosas, se tejió en su contra una alianza que desestabilizó su administración hasta que tuvo que abandonar la presidencia de la República. Cayo pagando tributo a su convicción americanista y anti intervencionista.

Su gobierno se negó a negociar con la Gran Bretaña empréstitos necesarios para sanear las finanzas del Estado a cambio de un acuerdo comercial con esa nación, el que incluía cláusulas indignas.

La respuesta del enviado de Oribe fue “Seremos pobres pero decentes”.

La búsqueda de fronteras definitivas con Brasil fueron otra de sus grandes preocupaciones ante lo impreciso de la demarcación que surgía de la Convención de 1828, lo que no logro concretar pues las ambiciones del Imperio del Brasil no habían decrecido.

Las conductas internacionales definidas en ese tiempo son en la actualidad un fundamento principal, para comprender la existencia de nuestro país en el concierto de las naciones soberanas del planeta.

Sentimos que detrás de aquel “No a las bases” que surge de la interpelación de Haedo a Guani, estaba la figura inmortal de Oribe, señalando un rumbo nacional que impidió una Guantánamo o un Gibraltar en la boca del Río de la Plata y de la Hidrovía que penetra hasta el corazón de América del Sur.

Sentimos que detrás de Leandro Gómez, mártir, estaba su antiguo Jefe del Cerrito.

Es que los principios de la no intervención y libre autodeterminación de los pueblos, cuentan en su génesis con el respaldo de la lucida ejecutoria del oribismo.

V ) Pese a toda la riqueza política y a la inspiración patriótica que emanan de Oribe, sobre su figura recayó una pérfida leyenda negra. La misma duro décadas y abarcaba tanto su figura como su ejecutoria prócer, de ello poco se habla en los últimos tiempos, pero no fue una ficción.

Ello tuvo vigencia hasta que en 1922, el Dr. Lorenzo Carnelli publicó su celebre obra “Oribe y su época”.

Desde sus páginas comienza una intensa obra de reivindicación oribista, la que más tarde fundamentará con múltiples obras y estudios documentales, uno de los más importantes integrantes del revisionismo rioplatense y latinoamericano, y me refiero al Dr. Luis Alberto de Herrera.

En 1922 en el más absoluto bipartidismo ejercido por los partidos históricos de nuestros país y a su vez con tendencias muy marcadas, dentro de cada uno de ellos, Carnelli, Jefe del Partido Blanco Radical y en polémica con el Partido Nacional consignaba en su obra:

“Por mucho que con el Programa de 1872, se haya querido crear una nueva y distinta colectividad, con menosprecio de una verdad tan común como la de que estas agrupaciones no se fundan a capricho, puesto que obedecen a causas naturales y a leyes superiores a la simple voluntad del hombre, por mucho que se haya declamado sobre la extinción de las divisas, estableciéndose en aquel manifiesto angular, como un precepto de reacción contra las viejas tendencias, que el nacionalismo “no condena ni glorifica a los partidos del pasado”, lo cierto es que nunca se desvaneció del alma de las multitudes ciudadanas que se reunieron bajo esta nueva y antojadiza caracterización, el recuerdo enaltecido de Manuel Oribe”.

“La Democracia” órgano de prensa de los liberales del “Club Nacional, consignaba el 1ro. de junio de 1872, “Los partidos tradicionales son los principales enemigos de la civilización y el progreso. Ellos se empeñan en mantener viva y ardiente la hoguera de las pasiones que le dieron nombre y origen. Si el Partido Blanco ha muerto con su organización tradicional, con sus símbolos de guerra, con sus programas de lucha, es el Partido Nacional quien ha pronunciado su sentencia de muerte....”

Es más que evidente que Oribe no solo derroto al tiempo, sino que con terquedad derroto al Manifiesto del Club Nacional de 1872 y a sus ideólogos.

El pueblo blanco coadyuvo a ello, cabe como ejemplo el que relata la crónica, aquella que en 1925 al asumir Luis A. de Herrera la Presidencia del Consejo Nacional de Administración, la multitud que se encontraba bajo los balcones del Cabildo, victoreaba a Oribe, siendo que Oribe había muerto 70 años antes.

Sin duda, tal como decía Carnelli, Oribe estaba metido en el alma de su enorme parcialidad.

No puede extrañar este dato, que demuestra la pasión que su invocación despertaba.

Se daba la ironía que las clases dirigentes del nacionalismo no se reconocían oribistas, pero desde la prensa adversaria, se refería al nacionalismo con el apelativo de oribistas.

En realidad el fusionismo, tendencia política importante de la segunda mitad del siglo XIX uruguayo, abjuro de la memoria de Oribe, pero el pueblo pudo más.

En 1898, Luis A. de Herrera publicó “La Tierra Charrúa”, tenía 25 años de edad.

El tenor de esa obra ejemplariza la tendencia que emana del Manifiesto de 1872. Herrera había recibido esa visión política de su padre, Don Juan José prócer el Club Nacional de 1872 junto a Agustín de Vedia y otros.

Existió por lo tanto un ciclo profundamente antioribista dentro del nacionalismo, sobrarían ejemplos, los que surgen de la colección de la primera “La Democracia” y de profusa bibliografía.

Esas actitudes tuvieron amplio resonancia en nuestra sociedad en el último tercio del siglo XIX y parte de siglo XX.

Eduardo Víctor Haedo le atribuye a Luis A. de Herrera haberle dicho en conversaciones sobre el pasado nacional, ¡Pensar que en la Universidad nos hacían leer en clase el panfleto contra Artigas de Feliciano Sáez de Cavia” y de su padre “haberlo escuchado vociferar contra Manuel Oribe”.

No seriamos justos si no consignamos que el Dr. Luis A. de Herrera evoluciono desde “La Tierra Charrúa”, a partir del campo de la investigación documental llevada a cabo desde los más importantes archivos de Londres, París, Rió de Janeiro, Buenos Aires y nacionales, rectificando conceptos y opiniones, esclareciendo períodos oscuros de la historia nacional y regional. Trabajo para ello sin descanso.

Parte de su obra historiográfica que alude al período de Oribe fue reeditada por la Cámara de Representantes hace varios años.

Cuando llegó la reivindicación Oribista de Herrera, la misma se afirmó en “Orígenes de la Guerra Grande”, “Por la verdad histórica” y “La seudo historia para el delfín”, obras categóricas que fueron un codo en la historiografía de nuestro país.

Es menester consignar una síntesis del perfil de Oribe allí expuesto.

Prócer de la Independencia Nacional -, -Vencedor en el Cerro -, - 2do. Jefe de los 33 Orientales -, Jefe del Centro en Sarandí-, Se cubre de gloria en Ituzaingo y Camacúa -, Gran Presidente, es derrotado por la Liga Unitario, Riverista, sostenida por la escuadra francesa -, -Triunfó en Yucutuja, Carpintería, Famailla, Quebracho Herrado y Arroyo Grande -, - Desde el Cerrito gobernó honradamente el país durante los nueve años de la resistencia a las intervenciones europeas en el Río de la Plata -, -Funda la Universidad y fomenta la instrucción primaria en tiempos duros -, - Fue sinónimo de Independencia, Nacionalidad y Americanismo.

VI ) En fin, fue polemizando que se abrió paso la reivindicación histórica de Manuel Oribe.

Don Juan Pivel Devoto decía en 1945 que la polémica no es historia, pero es por medio de ella que se llega a la verdad sobre los sucesos controvertidos del pasado.

Decía Pivel “ Fue polemizando con Berra primero y con la publicación el “Sud América” más tarde, que Carlos María Ramírez – sin escribir la historia de Artigas – abrió la posibilidad para que otros lo hicieran, después que él había desbrozado el camino”.

La polémica surtió idénticos efectos sobre Facundo Quiroga y otros grandes americanos, sobre quienes recayeron “leyendas negras” amañadas e interesadas.

Hoy como siempre me gusta imaginar a Oribe, allá en el Río Uruguay atravesándolo sigilosamente junto a sus compañeros, todos con las manos tensas tomando los naranjeros pues la cosa no era fácil, o allí en la cima del Cerrito de Montevideo, señalando rumbos, protegiendo a su país, es decir siempre al servicio de la Nación


R. Martínez Huelmo / 2007

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