jueves, 21 de febrero de 2008

En busca de la bandera de Leandro Gómez

Por Rubén Martínez Huelmo

El 2 de enero de 1865 el marinero de la flota imperial de Brasil Alejandro José da Silva, portando una bandera de su país, subió a lo alto de la Iglesia Matriz de Paysandú y la colocó en sustitución de la "branquilla oriental", que así denominaban los brasileros a nuestro pabellón nacional. Este hecho está relatado por el almirante Joao do Prado Maia en la página 266 de su obra "A Marinha de Guerra do Brasil na Colonia e no Imperio", y fue ratificado también por Orlando Ribero, quien participó en campo sitiado entre los defensores de Paysandú, cuando relata el momento en que fue "arriada la bandera oriental que flameaba en la cúpula de la Iglesia enarbolando en su sustitución el pabellón auriverde" del Brasil, hecho consignado en su crónica "La Defensa de Paysandú" que Ribero escribiera años después del dramático 1865. En febrero de ese mismo año --un mes después-- se sabe que el almirante y vizconde de Tamandaré, jefe de la escuadra que bombardeó Paysandú, brindó al emperador Pedro II una bandera oriental como trofeo de guerra.


Existe en nuestro Museo Histórico Nacional una bandera a la que se le asigna ser la "bandera nacional de las fuerzas que defendieron la ciudad de Paysandú en 1864-1865". Se trata de una bandera con un sol y franjas de tela de bayeta roja, superpuestas sobre las franjas celestes y cosidas con puntadas largas. Imposible que sea ésa la "branquilla oriental" arriada de la torre de la Iglesia, dado que no era práctica del gobierno de Berro adulterar el pabellón nacional, pues no se conoce denuncia alguna al respecto. En realidad se trata, sin lugar a dudas, de una bandera del bando florista aliado de Pedro II durante aquellos sucesos, en donde los orientales aliados de Brasil se distinguían en el combate de las fuerzas del gobierno de la República de ese modo.

Por tanto la bandera de la defensa de Paysandú sigue cautiva en Brasil, desde que el almirante Tamandare la llevó a la corte de Río de Janeiro en febrero de 1865.

Han pasado 141 años de aquellos sucesos que marcaron la historia y la política uruguaya drásticamente.

Aquello quedó en el pasado, sin embargo no creemos sano ni procedente que cuando la región se encamina hacia construcciones institucionales comunes, en el camino integrador del Mercosur, el pabellón nacional de uno de los socios, esté en situación de trofeo de guerra de otro socio. Es por ello que entendemos que el Ministerio de Educación y Cultura, el Museo Histórico Nacional y el Ministerio de Relaciones Exteriores, deberían constatar esta situación a la que me estoy refiriendo, de modo que nuestra Cancillería llegado el momento se informe sobre el paradero de aquel glorioso símbolo nacional y solicite al gobierno de Brasil su devolución. Ello en mérito a que se trata de un testimonio relevante de principios fundamentales sustentados por la República en el plano internacional como el de la "no intervención" y la defensa de la soberanía nacional.

Nos guía una intención de justicia histórica, nos anima el mayor espíritu de hermandad latinoamericana, radicado en la génesis de las relaciones con la nación del norte, cuyo arquetipo fue aquel brasilero justiciero y amigo de Uruguay, José María da Silva --Barón de Río Branco-- a quien invocamos para el buen fin de este asunto. Ante esta preocupación habrá quienes puedan pensar que no es oportuno el plantearla, ante tantos problemas sociales y económicos que afronta nuestra nación.

Por el contrario, entendemos que los asuntos de reafirmación nacional hacen al quehacer cultural y espiritual del pueblo uruguayo y por lo tanto a su propia existencia sobre la faz de la Tierra y en el mapa de las naciones soberanas de América Latina.


Artículo publicado originalmente en: La República, Jueves, 14 de abril, 2005 (Año 9 - Nro.1803)

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