viernes, 1 de febrero de 2008

Holocausto Judío

Palabras del Diputado R. Martínez Huelmo, en representación del Frente Amplio, en ocasión del homenaje recordatorio del Día Internacional de Conmemoración Anual en Memoria del Holocausto del Pueblo Judío; Comisión Permanente, sesión extraordinaria, 31 de enero de 2008.

SEÑOR PRESIDENTE.- Tiene la palabra el señor Diputado Martínez Huelmo.


SEÑOR MARTÍNEZ HUELMO.- Señor Presidente: el tema que nos ocupa hoy está incrustado en la historia de la humanidad, con engarces de sangre, de dolor y de infortunio. Eso es lo que ha sido el holocausto del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial a manos del nazismo y del antisemitismo imperante en la Europa de aquel tiempo; esa circunstancia infeliz forma parte, por sus enseñanzas a más de medio siglo de haber acaecido de nuestra cultura cotidiana a nivel universal. Esto es por la sencilla razón de que a partir de aquella tragedia, permanentemente se nos ha obligado a una reflexión, que se conecta con nuestro presente y con el porvenir. Cuando afirmo esto lo hago en el sentido de que todos los absolutos que emergen del holocausto son parte central de nuestra vida moral contemporánea. Aun las tendencias que persiguen el olvido y la negación del holocausto, y que algunos en forma errónea pregonan, formulan necesariamente un campo de discusión y de defensa de valores vitales y, por lo tanto, permanentes para las conciencias de nuestro tiempo.

Sin abordarlas diremos que esas absurdas tendencias en sí mismas no hacen más que abrir la puerta a otros genocidios y por lo tanto deben ser rechazadas de plano, las emita quien las emita.

¿Por qué? Porque es sabido que el holocausto no se dio de un día para el otro, no surgió en el primer día de guerra, en 1939, hasta 1945. En sus antecedentes debemos tener en cuenta que la política común del Estado alemán, no bien el Partido Nacional Socialista comienza a tener influencia en Alemania, mucho más aún con Adolfo Hitler presidiendo a ese país desde la Cancillería, era dar un trato diferenciado, excluyente y severo a los judíos.

No podía ser de otra manera cuando Hitler lo había prefigurado en una obra escrita que publicó durante su ascenso al poder, y que es muy conocida, desde su punto de vista, su ideología.

Para muestra alcanza con citar que en 1938, en Alemania, los judíos ya habían sido expulsados de cualquier cargo del Estado, de la vida cultural, industrial y profesional. Sobre esta última solo quedan exceptuados los necesarios para la comunidad judía, y ya adentrada la guerra, aquellos que pudieran ser útiles al Estado nazi y a la guerra, como fue el caso de los médicos.

El Estado alemán de Hitler dictó legislación con el objetivo de arruinar todas las actividades de los judíos, eliminándolos de la vida económica en términos absolutos, es decir, condenando al hambre a la gente. A esos efectos, hubo un conjunto de leyes emitidas entre 1938 y 1939, conocidas como las leyes de Nuremberg, que prohibían a los judíos ser propietarios de comercios, vendedores a cualquier título, desarrollar cualquier actividad financiera y participar independientemente en actividades mercantiles; tampoco podían presidir empresas de ningún tipo ni participar en sus directivas.

En el plano laboral, cuando se los despedía, no gozaban de ningún derecho indemnizatorio. Además, en los años previos a la guerra fueron expulsados de todo el mundo cooperativo. Lo único que podían hacer para ganarse la vida, en lo laboral, era brindar servicios a los propios judíos, lo cual implicaba un tenebroso sarcasmo, dado que todo judío, por tal condición, tenía afectados o negados todos los derechos, incluidos los económicos, como he dicho.

Quedaba, entonces la opción de la emigración, pero las condiciones internacionales imperantes en aquella Europa restringían la posibilidad de que los judíos tomaran ese camino. A un período de gran recesión que vivía el continente en aquella época se sumaba también que desde los años veinte comenzó a operarse subrepticiamente en toda Europa un agresivo antisemitismo, y ante esos nubarrones en el horizonte poco o nada se hizo.

En Alemania, el panorama se vio agravado por otras medidas que pusieron a todos los judíos en el foco de la carnicería humana que se estaba gestando. Las medidas consistían: primero, en una restricción y control de la propiedad en manos judías; segundo, en leyes de fines de 1938 y abril de 1939 a las que he referido, relativas a una reorganización de la vida de los judíos en los guetos, y tercero, en la creación de la "Reichsvertretung der Juden in Deutschland", organización a la que obligatoriamente debían pertenecer todos los judíos alemanes y que centralizaba toda la información respectiva. Por medio de sus correspondientes registros, las personas y sus propiedades quedaban rápidamente al alcance de las autoridades nazis; esta organización facilitaba las movilizaciones de los judíos para trabajos forzados en proyectos de utilidad nacional.

Según importantes historiadores de ese período europeo, al estallar la guerra en 1939, las principales comunidades judías de Europa se encontraban en una situación más o menos aguda de malestar, con sus derechos legales entorpecidos o destruidos, su riqueza confiscada o congelada y sus posibilidades de huida limitadas, cuando no arriesgadas. Con esto se quiere decir que el antisemitismo había permeado a muchos países de Europa y preparó el terreno para lo peor. Algunos ejemplos: Polonia, Rumania y Hungría registran legislación restrictiva sobre los judíos. El 7 de octubre de 1938, en la Italia de Mussolini se promulga una ley antijudía inspirada en la legislación alemana, a la cual hemos referido.

Al finalizar 1939, las tropas alemanas habían dominado absolutamente todo el territorio polaco, ya se habían perpetrado más de doscientos cincuenta mil asesinatos de judíos a manos del ejército alemán, de las SS y de civiles antisemitas nativos, que los había en muchos países de Europa, y se habían deportado cincuenta y siete mil judíos hacia Alemania a efectos de utilizarlos en trabajos forzados. Asimismo, se introdujo la legislación alemana sobre los judíos, que privaba definitivamente de todo derecho a la población judía. Además, las sinagogas y otras instituciones de la comunidad judía fueron destruidas con el fin de desmoralizar y vejar a un pueblo que tiene Dios.

Entre las medidas restrictivas impuestas por los nazis en Polonia encontramos la creación del gueto de Varsovia, del cual nos ocuparemos más adelante.

La ocupación nazi reproduce un modelo casi idéntico en todos los países de Europa en aquel tiempo: el ataque a refugios judíos, la deportación con destino a trabajos forzados y campos de concentración cuyas condiciones de vida eran infrahumanas. Varios capítulos de esta circunstancia que nos ocupa están referidos a lugares siniestros, de exterminio, como Treblinka, Auschwitz y Birkenau, por mencionar algunos.

La extorsión y el chantaje, el saqueo por cifras incalculables del mobiliario, de objetos y de obras de arte de propiedades y negocios, tanto a la comunidad como a las instituciones religiosas y culturales, fueron otra característica de las ocupaciones nazis. El robo, el crimen y la vesania fueron el santo y seña del "nuevo orden ario".

Para los judíos en general no fue posible la menor resistencia; es menester recordar que la persecución se hacía sobre los civiles, que estaban padeciendo hambre y menoscabo moral. Por lo tanto, la mayoría de las veces, la resistencia fue imposible. Pese a ello, cuando se pudo, se dio con valentía, sabiendo que no había retorno ante una maquinaria represiva y bélica que no daba lugar a esperanza alguna. Sin embargo, a nivel de la investigación histórica han aparecido instancias en las que los judíos pudieron luchar como tales. Así se produjo lo que se ha dado en llamar "La batalla de los guetos". Parecería que la política nazi alemana de ubicarlos en guetos seleccionados preferentemente en el este de Europa, más específicamente en Polonia, habría sido adoptada por los nazis luego de abandonar un plan para crear una gigantesca reserva judía en la zona de Lublin. Los fines siempre eran los mismos: grandes concentraciones que proporcionaran mano de obra fácilmente controlable. Al mismo tiempo, tal situación permitía a los nazis eliminar a aquellos judíos a los que consideraban inútiles, condenándolos a morir de hambre, ya que controlaban el número de raciones que se permitía entrar a los guetos.

Los guetos de Lodz y Varsovia, que eran los mayores, tuvieran diversa historia. El primero, pese a su resistencia continua y al alto índice de mortandad imperante, fue preservado por el régimen nazi hasta el final de la guerra. Para ello, se insertaba nueva población judía, de modo de potenciar el suministro de trabajadores para las fábricas textiles y otras que alimentaban la industria bélica. El gueto de Varsovia tuvo otro destino. En 1942 tenía medio millón de habitantes; para 1943, su población descendió a la décima parte. Los judíos que allí estaban, ya no eran necesarios a los efectos de la política nazi y se decidió liquidarlos. A raíz de situaciones por las que los nazis, mediante engaños, habían comenzado a asesinar a quienes quedaban, los judíos del gueto de Varsovia se vertebraron en la Organización Militante Judía y decidieron que los alemanes no volverían a apoderarse de ningún hombre más sin presentar lucha. El gueto de Varsovia era un ancestral lugar de la comunidad judía, donde estaban afincados desde hacía siglos. Los alemanes cercaron y cerraron el barrio judío, aislándolo por completo del resto de Varsovia, convirtiendo aquello en un hacinamiento terrible en el que proliferaban las enfermedades, el hambre y la muerte.

El 22 de junio de 1942, empezó la primera evacuación hacia los campos de concentración. En octubre de 1942, ya habían sido deportados con ese destino más de trescientos diez mil judíos. Allí, con los que quedaron, comenzó la resistencia; los alemanes comprendieron que la comunidad estaba organizada para resistir. Los judíos y demás habitantes del gueto resistieron desesperadamente, peleando desde los sótanos y las alcantarillas, disparando como ustedes comprenderán contra un ejército absolutamente organizado, cuyo objetivo era liquidar a la población judía de Varsovia. La lucha se llevó a cabo durante cuarenta y dos días, de manera feroz. Como acto final por parte de los alemanes, como era de prever, el 16 de mayo de 1943 dinamitaron la sinagoga ubicada allí, que era la más grande de Varsovia. La resistencia, no declarada al comienzo pero sí descubierta más tarde, costó más de mil bajas al ejército alemán. Miles fueron los muertos, miles los que murieron entre los escombros, producto del feroz bombardeo al que fue sometido el barrio judío.

Los judíos que combatieron en el levantamiento y murieron demostraron que la tragedia del Holocausto no contó con la pasividad de los judíos, y si algo se ganó entre tanto infortunio, no es mensurable en vidas humanas. Por el contrario, la sustancia fue la voluntad de resistir y la certeza de que se estaba ejerciendo un claro combate a los objetivos genocidas del nazismo. Sé que la comunidad judía lo recuerda permanentemente, nosotros conocemos su vida, y es evidente que a esta altura debo mencionar a un hombre con valor universal quien, por su coraje, su entrega y su humildad se convirtió en el héroe del levantamiento de Varsovia: me refiero a Mordejai Amilevich, que dio su vida en amor a su pueblo. Y por supuesto que a todos los que no pertenecemos a la comunidad pero sentimos afecto por ella, también nos queda el recuerdo de aquella niña de quince años, Anna Frank, y la historia de su familia, escondida en una buhardilla de la ciudad de Amsterdam, debido a la persecución de los nazis.

Antes de terminar este pasaje de mi intervención deseo expresar que los asesinos genocidas y por qué no los violadores de los derechos humanos guardan idénticos comportamientos sociales, no importa la circunstancia espacio tiempo, el continente o el país, como bien se ha dicho aquí. Las autoridades nazis no consideraban prudente expresar su política de exterminio. Consigna la historia la existencia de documentos en los que se dan instrucciones para que los asesinatos y las ejecuciones no se cometiesen en público. Los ejércitos tenían cuadros especiales para proceder a esos ruines menesteres y para ello se realizaba una selección de personal a efectos de que la tropa estuviese al margen del exterminio. Vale como ejemplo un incidente que sucedió cerca de Minsk, donde los judíos habían sido cercados y asesinados en masa con saña brutal. El informe de un tal Kube, Comisario General alemán de la Rutenia Blanca, que consta en las actas del Tribunal Militar de Nuremberg, es el siguiente: "El batallón de policía número 11 de Kauen, como unidad directamente subordinada a las fuerzas armadas, ha llevado a cabo una acción por su cuenta sin informarme a mí, al Brigadier General de las SS ni a ninguna de las oficinas de la Comisaría General, perjudicando de esta forma gravemente el prestigio de la nación alemana. El enterrar vivas a personas gravemente heridas que volvían a escaparse de sus tumbas es un acto tan bajo y tan sucio...", se lamenta el jerarca nazi, y agrega: "La administración civil de la Rutenia Blanca está haciendo esfuerzos agotadores para ganarse a la población a favor de Alemania, de acuerdo con las instrucciones del Führer". Y concluía fríamente el jerarca nazi: "Estos esfuerzos no pueden armonizarse con los métodos descriptos".

Esto de armonizar lo imposible me hace recordar una nota de "Búsqueda", del jueves 8 de noviembre de 2007, donde en la página 3 se reproducen declaraciones del ex Coronel Gilberto Vázquez, en una audiencia del 24 de octubre ante el Juez Luis Charles y la Fiscal Mirtha Guianze. Decía el ex Coronel: "Si alguien se moría en la tortura había que hacerlo desaparecer; esa orden fue dispuesta para no afectar la sensación de tranquilidad que vivía el Uruguay en los años 1974 y 1975". Cualquier similitud es mera coincidencia. Creo que huelgan los comentarios.

Señor Presidente: cuando el hombre, las instituciones y los Estados perdieron todos los códigos y acotamos que los tiempos de guerra los tienen, pese a lo doloroso de esa circunstancia, cuando el hombre y el Estado se transformaron en lobo insaciable, el mundo debió tomar medidas que dieran satisfacción ante el agravio que se había cometido. Por más que se haya intentado discutir la procedencia o la legitimidad del Tribunal Militar Internacional que sesionó en Nuremberg entre 1945 y 1946, en virtud de que los contradictores decían que los vencedores no podían ser justos jueces de los vencidos, su creación fue una necesidad, o más aún, una obligación de aquel tiempo de posguerra. Sin embargo, al presente nadie discute la oportunidad y procedencia de aquellos juicios, dado que se tuvo en claro que la monstruosidad perpetrada no podía repetirse y, por lo tanto, se hizo imperioso juzgar y condenar a los responsables. Sin duda, se trataba de un primer paso en aras de crear un nuevo ordenamiento jurídico internacional que impidiera la repetición de situaciones análogas.

El camino hacia el Tribunal estaba predeterminado cuando en 1941 Churchill, uno de los principales dirigentes europeos, advirtió que "el castigo por estos crímenes debiera tener lugar cuando se produjera el desenlace definitivo de la guerra", criterio que fue creciendo entre las naciones aliadas. En 1945, ya finalizada la guerra, estas firmaron un Acuerdo que creaba un Tribunal Militar Internacional a los efectos de enjuiciar a los dirigentes nazis involucrados en el crimen.

Sabemos que se escogió la ciudad de Nuremberg por varias razones prácticas una de ellas, porque no había más edificios, ya que la guerra los había derruido todos y algunas otras simbólicas, a nuestro juicio, las más importantes. Esa ciudad había sido sede de multitudinarias reuniones y asambleas de los nazis, presididas por los símbolos del Tercer Reich, y también desde allí habían surgido las leyes racistas y antisemitas que enunciamos al comienzo, sinónimo del racismo más vergonzante y ruin, proclamado por el nuevo orden ario presidido por Adolfo Hitler.

El juicio principal se llevó a cabo en el Palacio de Justicia de esa ciudad contra las principales figuras del Estado y el ejército nazi. Este llamado juicio principal estuvo acompañado por otros juicios posteriores, donde se juzgó a funcionarios militares y civiles. Fueron doce juicios complementarios, y me importa consignarlos, pues más allá de la discusión sobre la diferencia entre un genocidio como crimen entre crímenes y los crímenes de lesa humanidad que ha habido en América Latina en los últimos tiempos, estos doce juicios prueban sin ninguna duda que más allá de disquisiciones jurídicas o semánticas sobre estas situaciones aberrantes, en ellas participan muchas otras actividades además de la militar y la policial.

El primer juicio se llamó juicio de los doctores y se siguió contra veinticuatro médicos que practicaron macabras investigaciones en seres humanos en los campos de concentración. El juicio contra Erhard Milch, mariscal de campo alemán, acusado de graves crímenes en los campos de concentración. El juicio de los jueces, se presentó contra dieciséis abogados y jueces que construyeron el marco normativo jurídico del Tercer Reich. El juicio contra Oswald Pohl, jefe de la oficina que administraba los campos de concentración y exterminio. El juicio contra la empresa IG Farben, química industrial alemana, que usufructuó trabajo esclavo. El juicio de los rehenes, por el que se persiguió la responsabilidad del alto mando alemán por los gravísimos crímenes y violaciones a las leyes de guerra durante la incursión nazi en los Balcanes. El juicio Rusha, que se siguió contra los promotores de la ideología de la pureza racial. El juicio contra las Brigadas de la Muerte de las SS, que operaban el exterminio local de los judíos. El juicio de Krupp, contra los principales de ese grupo industrial ante su participación en la preparación y la utilización de trabajo esclavo durante la guerra. El juicio contra el alto mando por graves y terribles atrocidades. El juicio de los Ministerios, este contra los dirigentes del Estado nazi ante atrocidades cometidas en Alemania y los territorios ocupados.

Sin lugar a dudas, Nuremberg fue un codo en el Derecho internacional no lo digo yo, lo dicen los que saben de esta materia porque fijó un nuevo sujeto de infracción: el Estado criminal, y en el acta de acusación del Tribunal Militar Internacional de octubre de 1945 se mencionó por primera vez y en un documento especial el crimen de genocidio, que se definió como "la destrucción intencionada, total o parcial de un grupo humano por parte del Estado como forma especialmente agravada del crimen contra la humanidad". Además, en Nuremberg se sentó la supresión de excusas atenuantes, como la obediencia debida a un superior, definiendo que todos tienen derecho a desobedecer una orden o norma inmoral.

Señor Presidente: por razones de tiempo no estamos en condiciones de reflexionar hoy sobre una corriente de pensamiento jurídico o filosófico que bregó por cambiar el Derecho internacional a la luz del conocido genocidio armenio perpetrado en 1915 por el Imperio Otomano. Esa corriente doctrinaria es un antecedente de Nuremberg y se sabe que esta, integrada por importantes juristas, estaba convencida de que los crímenes de guerra codificados en las Convenciones de La Haya de principios del Siglo XX habían sido superados por un sistema de exterminio altamente sofisticado y tecnificado. Eso fue lo que se aplicó a los judíos, pero también involucró a otros grupos nacionales y étnicos de la Europa de aquel tiempo.

Creo, señor Presidente, que nuestra época aún está muy lejos de aquel ideal de los juristas que intentaban, luego de la Primera Guerra Mundial, crear un sistema preventivo que asegurase la protección de las minorías frente a cualquier tipo de opresión racial, nacionalista, política o religiosa mediante la combinación de las leyes internacionales, las constituciones de cada país y los códigos penales nacionales. En fin, no cabe duda de que los llamados juicios de Nuremberg fueron un paso adelante en la edificación de los derechos humanos contemporáneos a partir de una circunstancia de terror, llevada a cabo por una sociedad que sentaba su afán de gloria en la destrucción de millones de seres humanos. A modo de información, diremos que el Tribunal de Nuremberg se cuenta entre los antecedentes de la Corte Penal Internacional, establecida en Roma en el año 1998, de la Convención de 1948 contra el Genocidio y que está detrás de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y de la Convención de Ginebra de 1949, así como de sus protocolos del año 1977, lo cual ratifica que ha adquirido, con la perspectiva del tiempo, una importancia mayúscula.

Cabe decir en esta oportunidad que a lo largo del tiempo todos hemos aprendido de los judíos algo muy importante: el amor a la verdad, aunque ella nos duela y nos pueda quebrar el corazón. Por ello nunca hemos comulgado con aquellos que aquí, en Uruguay, apurando la historia, ¡como si ello fuese una capacidad humana!, frívolamente o con mucha mala fe han pregonado para nuestra tan dolorosa historia reciente dar vuelta la página y olvidar crímenes aberrantes en honor a la tranquilidad.

Los judíos, como los armenios, nos han enseñado además que para este tipo de hechos no se puede vivir sin memoria, que ella es parte de nuestra vida y una de las diferencias sustanciales que tiene el hombre con el resto de la creación.

El racismo y la xenofobia muchas veces están situados en conductas políticas que siguen los gobiernos de las naciones, pero debemos aceptar que al racismo lo encontramos infinitamente dentro del corazón de muchos seres humanos, envenenando sus almas y sus psicologías, y ello sin duda también debemos rechazarlo.

Para finalizar este tríptico, señor Presidente, queremos recordar que en el año 1958, al fallecer el Papa Pío XII, Golda Meir, en su mensaje de condolencias al Vaticano, expresó: "Compartimos el dolor de la humanidad. Cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó por sus víctimas. Nuestro tiempo se enriqueció por una voz que habló claramente sobre las grandes verdades morales por encima del tumulto del conflicto cotidiano..." Este fue un reconocimiento, entre otros muchos, que la comunidad judía a nivel internacional le hizo a la Iglesia Católica desde el punto de vista institucional.

Sin embargo, señor Presidente, el tiempo camina, el mundo gira y estas cosas tremendas, como fue la masacre del pueblo judío, siguieron haciendo reflexionar al mundo y a las instituciones. Desde una mayor profundización de este asunto y sin mengua de reconocer la obra humanitaria llevada a cabo por la Iglesia Católica como otros agentes de aquel tiempo europeo a favor de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, la eminente sensibilidad del Papa Wojtyla en 1998 interpuso una reflexión sobre la Shoá y el deber de recordar. Esto es muy importante porque le insumió a la Iglesia Católica y al Vaticano más de una década la reflexión sobre la Shoá y las responsabilidades del caso, más allá de los reconocimientos como he dicho que la comunidad judía le hizo llegar a la Iglesia Católica. Esto fue consignado en un documento del Vaticano de marzo de 1988. Este, a mi entender, ajusta algunas pautas sobre el comportamiento social de importantes sectores de Europa en los años previos a la Guerra. Vale la pena consignar, por oportuno, algunos pasajes del documento, que nos darán mayor preocupación sobre este asunto.

Dice el documento: "Así es justo que, mientras el segundo milenio del cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antisemitismo y de escándalos". Esta cita fue tomada por el documento del Vaticano de la Carta Apostólica de Juan Pablo II, "Advenimiento del Tercer Milenio". Es decir: el Vaticano lo manifiesta, pero quien lo proclama es Su Santidad.

El documento define terminantemente al Holocausto: "Este siglo ha sido testigo de una horrible tragedia que no puede ser olvidada jamás, el intento del régimen nazi de exterminar al pueblo judío, con el consiguiente asesinato de millones de judíos".

Hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, niños y bebes, solo por ser de origen judío, fueron perseguidos y deportados. Algunos fueron asesinados inmediatamente, otros fueron humillados, maltratados, torturados y despojados completamente de su dignidad humana y, finalmente, asesinados. Muy pocos de los que fueron internados en estos campos de concentración sobrevivieron, y el terror permaneció en los sobrevivientes por el resto de sus vidas.

Esto fue la Shoá, uno de los principales dramas de la historia de este siglo, un hecho que aún hoy nos atañe.

El documento sigue tomando palabras de Wojtyla, quien con coraje, incisivamente, continúa analizando los comportamientos de aquel tiempo, como sacerdote y como polaco que vivió en los tiempos tempestuosos de la guerra, en el ojo del huracán, porque fue en Polonia donde el Holocausto cobró más vidas.

Dice Wojtyla: "En el mundo cristiano no digo por parte de la Iglesia en cuanto tal han circulado durante demasiado tiempo interpretaciones erróneas e injustas del Nuevo Testamento con respecto al pueblo judío y su presunta culpabilidad; ello ha generado sentimientos de hostilidad hacia ese pueblo". Esto lo dijo el 31 de octubre de 1997, cuando se estaba terminando este documento del Vaticano.

Esas interpretaciones del Nuevo Testamento fueron total y definitivamente rechazadas, además, por el Concilio Vaticano II, pero siguieron haciendo camino. Todos hemos escuchado alguna vez en nuestra vida, señor Presidente, estas tradiciones a las que refería el Pontífice romano y el documento del Vaticano. Ellas hicieron cultura, sin duda. Por eso mismo, el documento se pregunta si la persecución del nazismo a los judíos no fue facilitada por los prejuicios antijudíos presentes en las mentes y en los corazones de algunos cristianos.

Y como se ha dicho que no hay futuro sin memoria y que la historia en sí misma es futuro, tenemos presente lo que consta en ese documento que Juan Pablo II le expresó al Embajador de Alemania Federal el 8 de noviembre de 1990: "No podemos conocer cuántos cristianos en los países ocupados o gobernados por las políticas nazis o por sus aliados constataron con horror la desaparición de sus vecinos judíos, pero no tuvieron la fuerza suficiente para alzar su voz de protesta.- Para los cristianos," decía Juan Pablo II "esta grave carga de conciencia de sus hermanos y hermanas durante la Segunda Guerra Mundial debe ser un llamado de arrepentimiento".

Yo creo, señor Presidente, que estas palabras valen también para aquellos que no son cristianos.

En cuanto a la República Oriental del Uruguay, debemos ratificar que su posición en el concierto internacional es la que ha mantenido históricamente, es decir, que se "condena la masacre del pueblo judío, durante la Segunda Guerra Mundial", siendo esta, por otra parte, la inalterable posición uruguaya desde aquellos luctuosos tiempos.

Por otro lado, Uruguay sostiene en todos los foros internacionales y en el seno de la Asamblea General de las Naciones Unidas la posición nacional de rechazo al racismo y la xenofobia.

Señor Presidente: los compañeros de la bancada del Frente Amplio en nombre de quienes hago uso de la palabra me han conferido el altísimo honor de representarlos en esta jornada tan importante para la República Oriental del Uruguay y en especial para la comunidad judía. En nombre del Frente Amplio, expresamos nuestro sentir en pro de construir civilización, con la esperanza de que el porvenir nos encuentre defendiendo a escala universal la vigencia de los derechos humanos. En esta fecha, además, deseamos trasmitir nuestra solidaridad y amistad a toda la comunidad judía de Uruguay.

Es cuanto tenía que manifestar.

(Aplausos)

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