viernes, 3 de julio de 2009

Breve manual para inversores.

Lacalle ha dicho que si él fuera un inversor esperaría hasta saber quién ganó las elecciones y según fuera el resultado invertiría o no.

Estos dichos constituyen una pequeña canallada de campaña electoral.

Nosotros decimos lo contrario: invierta tranquilo ahora que este país va a seguir ofreciendo la estabilidad y la seguridad que el capital requiere.

Todos los actores políticos relevantes somos conscientes de que en este mundo de hoy, hay que ser hospitalarios con la inversión, o el dinero se va para otro lado. Y con el dinero, se van los puestos de trabajo que tanto se necesitan.

Lacalle tiene perfectamente claro que yo he dicho esto en voz bien alta, los legisladores de su partido saben que en el Parlamento en los asuntos de macroeconomía hemos actuado como si fuéramos primos de Ignacio de Posadas, digamos primos terceros, por lo que sus declaraciones sólo pueden entenderse como una jugarreta electoral.

Ya que estamos, quiero recordarle al amigo Luis Alberto que las inversiones más profesionales, las orientadas al largo plazo no sólo piden una economía ordenada y respeto al derecho de propiedad. También se fijan, y mucho, en el rumbo del país, en los esfuerzos que se hacen para mejorar el medio ambiente social, en los grados de serenidad o convulsión, desigualdad o integración que se intuyen en el horizonte.

Si yo fuera inversor –y en una de esas me le animo a un tractorcito nuevo–, me alegraría de poner mi plata en un lugar donde las autoridades están preocupadas porque la gente coma todos los días, eduque a sus hijos y tenga esperanzas.

En este curso acelerado de cómo atraer inversiones, no quiero olvidarme de un factor que las expertos consideran decisivo: el grado de honestidad de la clase política.

Las empresas en serio huyen de los países gobernados por coimeros.

Dicen que Botnia pensaba instalarse en otro lado y que lo hizo en Uruguay porque aquí no tuvo que aceitarle la mano a nadie. Será verdad o mentira, pero es un comportamiento muy representativo de cómo hoy actúa el capital en serio.

Las administraciones donde andan sueltos cientos de tipos con poder, dedicados a hacer la suya, son un veneno para la sociedad. El daño que hacen es mucho más grande que la plata que se ponen en el bolsillo. Veamos si no el ejemplo de hace un tiempo, cuando se usó el poder del Estado para ordenar que todos los autos, creo que 300.000, grabaran números indelebles en los vidrios porque eso evitaba los robos. Los que llevaron adelante la norma estaban arreglados con los que grababan los vidrios, cosa que, todos los especialistas sabían, no servía para nada. Para llevarse una coima de uno, hicieron que la gente gastara inútilmente diez. Este modo de operar, multiplicado por años y multiplicado por miles de dependencias públicas, termina despilfarrando enormes recursos sociales.

A veces dan ganas de poner una ventanilla y pedirles que presenten sus proyectos de afanar al Estado. Si son proyectos delincuentemente solventes, pagarles las coimas directamente y pedirles que dejen sin efecto el proyecto. Sería mucho más barato.

Así que, entre todos, tenemos que mejorar las condiciones para atraer la inversión.

Hay que comprometerse a luchar tanto contra el infantilismo de izquierda como contra las prácticas deshonestas. Yo me comprometo aquí.

Soy todo oídos.

Artículo publicado originalmente en: Pepe Tal Cual Es – 02/07/09

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